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Casa cerrada

Donde la Casa de Vidrio intentaba mostrar la intimidad de una mujer en su vida cotidiana, la apertura de La Moneda quiere demostrar que allí se trabaja como en cualquier oficina del país.


El hecho comunicacional más relevante del nuevo gobierno es la apertura de La Moneda al tránsito público. Ningún otro anuncio o designación ha podido competir con la potencia del mensaje implícito en la simple medida de abrir los patios de La Moneda al libre paso de miles de ciudadanos chilenos que, a razón de cuatro por segundo, acuden a conocer el escenario del poder.

Pocos, sin embargo, habrán notado la corriente subterránea que une a esta medida con otro proyecto cuyos ecos siguen resonando en el centro de Santiago: la archi polémica Casa de Vidrio, acción de arte desarrollada durante el verano a escasos cien metros de La Moneda.

Donde la Casa de Vidrio intentaba mostrar la intimidad de una mujer en su vida cotidiana, la apertura de La Moneda quiere demostrar, como lo dijo el ministro Álvaro García, que allí se trabaja como en cualquier oficina del país.

Ambas son propuestas exhibicionistas, orientadas a hacer transparente lo oculto, a llamar la atención de los transeúntes -«la gente»- acerca de fenómenos hasta ahora escamoteados, hurtados a sus sentidos y, por eso mismo, sobredimensionados.

La delgada línea roja que vincula a ambas propuestas, sin embargo, transita sin términos medios desde el escándalo que levantó la primera hasta la aprobación unánime que generó la segunda.

La polémica nacional que se levantó cuando Daniela Tobar se desnudó en la casa transparente tenía que ver con el atávico bloqueo del cuerpo en nuestra sociedad, una sociedad tan violentada ante la desnudez que, cuando un grupo de ciudadanos decide hacer nudismo en una apartada playa de la quinta región es agredido por adolescentes y luego amenazado por los carabineros.

Mostrar el cuerpo en Chile equivale a subvertir el orden normal y resulta peligroso, polémico y hasta ilegal.

Pero mostrar la trastienda del poder, abrir el paso por el lugar más prominente y significativo de la política, cerrado al público durante más de 30 años, bombardeado y restaurado, eso no provoca polémica sino aplauso. Ya no resulta subversivo, sino representativo de un anhelo de acercar la política a «la gente» que comenzó simbólicamente cuando Lavín se fue a dormir en casas de pobladores.

La paradoja es evidente: el cuerpo se convierte en el último territorio de denuncia, lo único que aún provoca pasión y despierta la polémica. Hemos degradado tanto la política que irrumpimos en sus santuarios cámara en mano como Pedro por su casa, pero aún nos horroriza la visión de un simple cuerpo desnudo. En Chile el poder es objeto de
veneración y el cuerpo es objeto de vergüenza.

La misma línea que parte en la Casa de Vidrio y sigue en La Moneda abierta al público termina estos días en la Casa del Sida, el cité de travestis y desahuciados donde -recién lo descubrimos atónitos- van a morir quienes lo único que tienen es la certidumbre de la muerte.

Si los chilenos nos fascinamos con la Casa de Vidrio y nos felicitamos con la apertura de La Moneda, deberíamos todos sonrojarnos con la Casa del Sida que un inoportuno incendio dejó al descubierto hace unos días en la zona de La Vega.

Por eso, creo, este sitio virtual se llama El Mostrador: para exhibir todos los cuerpos desnudos de esta sociedad provinciana. Y, más aún, para atisbar en el alma desnuda de esta casa todavía cerrada llamada Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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