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La nostalgia de los duros


Pablo Rodríguez fue internado el jueves en la UTI de la Clínica Las Condes. TEC cerrado. Accidente doméstico.



Así fue: sufrió una caída en casa de Miguel Schweitzer, y uno podría elucubrar que allí estaba para coordinar, dar las líneas maestras de la eventual defensa jurídica que requiera Augusto Pinochet. Eventual, porque la justicia chilena tiene un as bajo la manga: hacer los exámenes médicos antes que se vea lo del desafuero y, con un diagnóstico de salud malo, cancelar toda posibilidad de juicio al ex dictador.



En todo caso, no deja de ser triste que Pablo Rodríguez sea quien en verdad lidere, aunque sea desde las sombras, la defensa de Pinochet. Digamos que, metafóricamente, es el punto final de la derrota de los «duros» ante los «blandos», esa pugna incubada al interior del régimen militar y que tan bien fue explotada por los gremialistas -actuales udis- para instalar su institucionalidad en la Constitución de 1980.



Por cierto que Pablo Rodríguez da garantías de óptima defensa. Debe ser el mejor abogado del país. O uno de los mejores.



Pero no hay que olvidarlo: Rodríguez es el encargado de armar el andamiaje de la defensa de quien encabezó el régimen que el ex líder de Patria y Libertad -que él definió como movimiento «nacionalista de izquierda»- ayudó a instalar y del que se sintió, más tarde, marginado.



Simplemente recordemos algunas citas de la entrevista que concedió a la desaparecida revista Hoy del 10 de abril de 1979.



Sobre su oposición al gobierno de la Unidad Popular y la posibilidad de ser «usados», dijo:



«Sería hipócrita negar que me di cuenta de la posibilidad de ser utilizados por la derecha. A medida que la situación política se fue radicalizando, el movimiento fue desbordado por elementos ‘histéricamente antimarxistas’. Teníamos dos posiciones: o depurarnos internamente o aceptar el ‘trabajo sucio’ de crear las condiciones para el golpe de estado. Resolví lo segundo, sabiendo que políticamente me perjudicaba y que condenaba a muerte al mismo movimiento».



Sobre las promesas no cumplidas:



«Cuando me reunía con empresarios como Manuel Cruzat, Javier Vial, Jorge Yarur y otros, les hablaba de nuestra concepción de empresa y de la urgente necesidad de transferir a los trabajadores una parte sustancial del capital. Recuerdo que ninguno ponía objeciones si, a cambio, lográbamos derrocar al gobierno de Allende. Ahora parece ridículo».



Sobre el rumbo que tomó el régimen militar, de la mano de la derecha gremialista:



«Los que con más fuerza dimos la lucha gastamos toda nuestra potencialidad en ella y no preparamos equipos para gobernar. Producido el golpe, surgió la nueva derecha, una derecha tecnocrática, visión perfeccionada de la derecha económica, que aprovechó los años del 70 al 73 para preparar a sus equipos gobernantes».



Y el gobierno militar, por el principio del menos esfuerzo, aceptó de buena fe su cooperación y luego quedó prisionero de ese grupo. Ahora esa nueva derecha ha escogido a Pablo Rodríguez, por sus méritos profesionales, para diseñar la defensa de Pinochet. Rodríguez ha aceptado. La revolución nacionalista, el sueño de los gremios desplazando a los partidos como actores principales de lo político, fue derrotada. Y son los vencedores los que ahora lo llaman a colaborar.



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Nibaldo F. Mosciatti es periodista; director de prensa de la cadena de radios Bío Bío.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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