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El examen final

Todos asintieron, con un gesto de silenciosa y respetuosa aprobación, la comunicación del erudito magistrado. Todos menos el Chacal.


Al fin llegó el día y la hora de la sentencia final.



La pequeña sala de la Corte estaba atiborrada.



Cinco periodistas fueron sorteados entre los que conocían -eran muchos- la vida del Chacal, y tomaron asiento en la penúltima de una decena de filas. Sentían cierta euforia y estaban expectantes.



El público estaba integrado por abogados, juristas, profesores de derecho y un centenar de familiares de las víctimas.



No había familiares del Chacal.



En la esquina derecha del rectángulo delantero de la sala, el Fiscal y su secretaria. En la esquina izquierda del mismo rectángulo delantero de la sala, los dos abogados defensores, con rostros demacrados, como si ellos debieran marchar pronto al patíbulo, en un escritorio; en el otro, el Chacal.



En cinco grandes sillones, mirando al público y pudiendo observar con facilidad a acusadores, defensores y acusado, retozaban los cinco jueces. Estaban embargados por el espíritu de la justicia y embriagada la conciencia con la tranquilidad del deber cumplido: nada ni nadie podría salvar al Chacal.



El magistrado número uno golpeó la mesa con el martillo de la ley: «Se abre la sesión… Este es el veredicto definitivo». Algo así como «Esta es palabra de Dios» pero más pesado. Un débil murmullo recorrió la sala.



El único que sonreía, no se sabía por qué, era el Chacal.



«Silencio», dijo el magistrado número uno, también llamado jerarca porque evidentemente tenía jerarquía. Y prosiguió a los tres segundos, ante un silencio de sepulcro solitario:



«Escuchados sus acusadores, y su defensa, presentadas todas las pruebas, recorridos todos los vericuetos jurídicos, analizadas todas las pistas, interrogados todos los testigos, probadas una y otra vez meticulosamente todas las pruebas, agotados todos los alegatos, cumplidos todos los plazos y notificaciones, son comprobados sus innumerables crímenes, por lo que El Chacal ha sido condenado al garrote vil. La ejecución tendrá lugar mañana en la madrugada, a las 5 AM para ser más exactos. El Chacal tendrá el derecho de contar con un cura, no una monja, si él lo desea, y sólo para que lo acompañe hasta el sitio del garrote, tomándose todas las providencias del caso».



Todos asintieron, con un gesto de silenciosa y respetuosa aprobación, la comunicación del erudito magistrado.



Todos menos el Chacal.



«Perdón, Sus Señorías». Era el Chacal el que hablaba. «Les ruego considerar, como corresponde, dada la ley y la jurisprudencia, que en el día de ayer fui examinado exhaustivamente por tres médicos especialistas, los que determinaron que padecía yo de sordera en el oído izquierdo, miopía en los dos ojos, daltonismo, presbicie, dolor de garganta que puede deberse a una amigdalitis crónica, afecciones al corazón, también al pulmón por haber fumado mucho, diabetes, chorro corto, puntadas a la próstata y la vejiga, dolor de piernas al caminar y calambres al no hacerlo, incontinencia (no siempre, claro), retorcijones de tripas en las noches y las siestas, lo que no me deja dormir tranquilo, olvidos de cosas que me sucedieron ayer y también anteayer y casi todas las semanas en que se produjeron los hechos por los que fui juzgado, incapacidad para reconocer todo el tiempo a mi mujer, impotencia, incapacidad también para reconocer tres hijos que tuve en Iquique, y desde hace una semana derrames pequeños de tipo cerebral que podrían impedirme, Sus Señorías, e impedir por tanto a Usías…».



«Saaaalta p’al lado», interrumpió el magistrado jerarca. «Guardias» -agregó, con voz de mando-, «llévense al sentenciado».



Dos guardias de azul entraron al solemne salón de la Justicia, tomaron raudamente por los sobacos al Chacal, que no opuso resistencia, y partieron con él a cuestas hacia algún calabozo, arrastrando ruidos de cadenas y música de grilletes.






  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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