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Los piojos de todos


En un cartel publicitario aparece la imagen ampliada de un piojo que proclama: Ä„ A mí me gustan las rubias! El bicho se parece a esos monstruos extraterrestres que invadían nuestro planeta en las películas de ciencia ficción de los años 50. Y en verdad la pediculosis es una invasión silenciosa que ataca por parejo a ricos y pobres. Ya no es una plaga de mediaguas y escuelas poblacionales. En colegios del barrio alto rubios, rubias y pelirrojas se rascan la cabeza, huelen sospechosamente a Nopucid y a lindano y entran a las farmacias a comprar peines contra piojos y liendres.

La promoción de productos matapiojos casi siempre se hace desde el cánon de ese mundo luminoso, higénico, ascéptico que la misma publicidad ha creado. Hace poco salió un comercial en que se asignaban los piojos a un rasta, mejor dicho a la caricatura de un rasta, es decir a un tipo pintoresco, extraño, loco, marginal y fuera del cánon. Pero el rasta puede tener una densidad cultural y ontológica mayor que la del buen burgués consumidor de shampoo, afeitadoras, lociones y desodorantes. Vieron al rasta sólo como una proliferación de pelo, y por lo tanto de mugre y de parásitos. Y los rastas de verdad, que profesan una religión y una forma de vivir tan legítima como la del buen burgués, reaccionaron emprendiendo una acción legal. Se resistieron a ser reducidos a caricatura.

La cultura triunfante siempre le ha endosado la suciedad y la maldición a los movimientos alternativos. Los hippies eran chascones, cochinos y flojos, lo mismo que los indígenas o los gitanos, a pesar que últimamente la estilización de teleserie de éstos ha logrado incorporarlos al establishment. El Sida, por ejemplo, inicialmente fue considerada una epidemia de drogadictos, homosexuales y otros tipos feos, sucios y malos.

Los vagos son portadores de piojos, los perros vagos de pulgas y garrapatas. Por eso se los quiere exterminar y se planifican matanzas masivas del mejor amigo del hombre. Pero con eso no van a resolver nada. Vendrán otras plagas, de cucarachas, de ratas y quizás de qué otros bichos. Es la ciudad la que las produce. El ciudadano limpio y perfumado, que habita casas tan impecables como un departamento piloto, es un gran productor de desechos. Para que sus pisos, muros y azulejos brillen, debe botar en alguna parte toneladas de basura.

Uno de los grandes problemas de la ciudad es qué hacer con sus propios desperdicios. Ninguna comuna quiere aceptarlos. Y es en esos patios traseros donde se acumulan las basuras de los restaurantes luminosos, es en las cloacas, vertederos y resumideros como el río Mapocho donde nacen estos organismos que luego pasan a poblar los agujeros y rendijas de nuestras casas y cabezas.

Los piojos, liendres, garrapatas, ratones, arañas, vinchucas y cucarachas son de todos. La reacción de los rastas es una señal de que nuestra sociedad empieza a hacerse diversa, compleja, plural, y que rompe la imagen homogénea del mundo de Lorenzo y Pepita.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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