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Política con amistad

Sergio Micco
Por : Sergio Micco Abogado y Director del INDH. Doctor en Filosofía de la U. de Chile,
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Nos acusarán de dementes si queremos ligar la política con la amistad.


Sr. Director, usted me pide escribir acerca de política y amistad.



Yo, extrañado, le he expresado que nos acusarán de dementes si queremos ligar la política con la amistad. La amistad viene del amor y la política del poder. La amistad supone la gratuidad y la política el interés. La amistad es el encuentro y la política la confrontación. La amistad es la comunidad y la política la facción. La amistad es una de las experiencias más altas a que puede aspirar la condición humana. Por el contrario, la política es una de las actividades más desprestigiadas en nuestro mundo occidental. ¿Quién no quiere tener un buen amigo(a)? Y, por el contrario, ¿quién querría tener por amigo a un político?



Señor Director Ä„Ä„ el lector reclamará !!



Y, sin embargo, ahora recuerdo. Mis maestros de filosofía de la Universidad de Chile me enseñaron nada menos que Aristóteles y Cicerón vieron la profunda relación entre amistad y política.



Recordémoslos.



Aristóteles le dice a su hijo Nicómaco: «Sin amigos nadie querría vivir»



El estagirita le dedica un libro fundamental: Ética a Nicómaco. En él, el filósofo quiere dejar lecciones de vida a su hijo. Nada más noble en su propósito y nada más sabio en su resultado. El padre amoroso le dice a su hijo «Sin amigos nadie querría vivir, aun cuando poseyera todos los demás bienes; hasta los ricos y los que tienen cargos y poder parecen tener necesidad sobre todo de amigos; porque ¿de qué sirve esa clase de prosperidad si se la priva de la facultad de hacer bien, que se ejerce preferentemente y del modo más laudable respecto de los amigos? ¿O cómo podría tal prosperidad guardarse y preservarse sin amigos? Porque cuanto mayor es, tanto más peligra. En la pobreza y en los demás infortunios se considera a los amigos como el único refugio. Los jóvenes los necesitan para evitar el error; los viejos para su asistencia y como una ayuda que supla las menguas que la debilidad pone a su actividad; los que están en la flor de la vida, para las acciones nobles: «Dos marchando juntos», así, en efecto, están más capacitados para pensar y actuar».



La copa de Alejandro Magno: Morir antes que desconfiar en el amigo



El discípulo de Aristóteles, Alejandro Magno, escuchó a su maestro. Cuenta la historia que a causa de haber tomado un baño en las frías aguas del Cidno estando muy sofocado, la vida de Alejandro «el Magno» se consideró en grave peligro. Los médicos no se atrevían a administrarle droga alguna. Sólo Filipo de Arcanania, amigo de infancia de Alejandro, compuso cierta bebida cuyo poderoso y saludable efecto debía producirse inmediatamente. Mientras ésta se preparaba llegó a poder de Alejandro una carta de Parmenión, en la cual le aconsejaba desconfiar de Filipo. Le acusaba de estar secretamente entregada a Darío. Alejandro, sin manifestar emoción alguna, apuró la copa de un trago, entregando simultáneamente a Filipo la carta acusatoria, cuya falsedad quedó inmediatamente demostrada.



Y Alejandro Magno conquistó con sus amigos occidente y oriente.



Cirerón declara «Una era la casa, uno el alimento y una la mesa».



Cicerón describe un diálogo de Lelio con sus yernos. Su mejor amigo acaba de morir. Es el momento propicio para escribir una hermosa apología a la amistad. Cicerón dice, a través de Lelio, que espera que la memoria de su amistad sea eterna. Vana pretensión, todo lo humano ha de morir. Sin embargo, el logro de Cicerón no es menor. Dos mil años después sus palabras son recordadas.



En el recuerdo de su amistad se goza en tal manera, que declara que ha vivido feliz porque vivió con Escipión, con el cual tenía en común los asuntos públicos y privados. En la amistad con Escipión encontró comunidad de sentir en los asuntos públicos; en ésta, consejo en los asuntos privados; en la misma, descanso lleno de deleite. Para Lelio entre los amigos hay fidelidad, integridad, ecuanimidad, liberalidad, y no hay en ellos ninguna codicia, liviandad, temeridad, pero sí una gran constancia». La amistad es «el común sentir de las cosas divinas y humanas con benevolencia y amor». Lelio se pregunta ¿Qué cosa más dulce que el tener con quien te atrevas a hablar como contigo mismo? De ahí que Lelio concluya que «con excepción de la sabiduría, los dioses inmortales no han otorgado al hombre algo mejor que ella».



Tres reflexiones para la política de la amistad



Primera: sin amigos nadie quería vivir en la polis.



Sin amigos la política se convierte en el más despiadado juego del poder. Amigos son dos caminando juntos. Compartiendo lo público y lo privado. Quien ha participado en política sabe como ella es capaz de unir en las derrotas y en los triunfos; en las alegrías y en las tristezas en la tarea de la construcción del hogar público.



Sin embargo, muchas veces el poder y/o el dinero hace saltar por los aires bellas amistades. Los que resisten ante el dinero son débiles ante los honores. La traición existe entre los amigos. Todos lo sabemos. Alejandro mandó a matar a Parmenión. Bruto fue un hijo para César. Cicerón había salvado previamente a sus asesinos Herenio y Popilio. Platón le dio la espalda a Aristóteles. Demóstenes huyó cobardemente de Queronea, abandonando a sus amigos. Judas traicionó a Jesús. La humanidad llora.



¿Demuestra lo anterior, como recuerda Diógenes Laercio, que «amigos, ya no hay amigos»? Nada de ello. Sólo nos recuerda que la condición humana es así: imperfecta, pero siempre perfectible por el amor, la virtud y, por cierto, por la benevolencia del amigo.



Segunda: sin amistad la ciudad muere.



Lo decía Aristóteles: «Parece además que la amistad mantiene unidas a las ciudades, y que los legisladores consagran más esfuerzos a ella que a la justicia: en efecto, la concordia parece ser algo semejante a la amistad, y es a ella a lo que más aspiran, mientras que lo que con más empeño procuran expulsar es la discordia, que es enemistad. Y cuando los hombres son amigos, ninguna necesidad hay de justicia, mientras que aun siendo justos necesitan además de la amistad, y parece que son los justos los que son más capaces de amistad».



Es bueno recordar lo anterior. Cuando en Chile todos desconfían de todos surge la lucha de intereses contrapuestos que, de no ser temperada por la justicia y la amistad, convierte al hombre en el lobo del hombre. Sin amistad cívica, Santiago se convertirá en una jaula de rejas, alarmas y calles cerradas.



Tercera: la amistad verdadera huye de la camarilla.



Kant desconfiaba de la amistad. «Todas las cofradías son camarillas. Quien tiene amigos y poder es muy peligroso».



Los chilenos lo perciben. No sólo detestan en los partidos políticos sus eternas disputas internas. ¿No se dicen camaradas o compañeros entre ellos?, se pregunta indignado el ciudadano. También desconfían en los grupos políticos que parecen sólo querer servirse del poder en su particular interés. Y la política debería ser el arte de gobernar la polis para el buen vivir de la multitud. El republicano reclama que los gobernantes se pongan al servicio de los demás y que siempre prime el interés general.



Pero, humildemente sr. Director, creo que Kant se equivoca. La amistad no es la camarilla del poder. Prefiero a Cicerón. «Cuando se pide a los amigos algo que no sería recto obramos mal». (Â…) (Â…) «Nuestra dedicación a la persona de nuestros amigos no debe jamás arrastrarnos al mal. Sanciónese, por tanto, en la amistad esta ley: que no solicitemos cosas vergonzosas ni, solicitadas, las ejecutemos». (Â…) (Â…) «Sanciónese, pues, ésta, como primera ley de la amistad: que pidamos a los amigos cosas honestas, que hagamos cosas honestas en servicio de los amigos».



Señor Director, termino.



He recordado a estos hombres sabios que unieron amor, amistad y comunidad cívica. Las mujeres, silenciadas por una historia de represión, lo sabían aún mejor. Ahora recuerdo y le puedo sinceramente decir que en los veinte años que llevo en política creo haber cultivado amistades que hacen de mi vida pública algo digno de ser vivido.





* Sergio Micco es director ejecutivo del Centro de Estudios del Desarrollo (CED) y militante demócratacristiano.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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