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El hombre al servicio de la tecnología: una perspectiva de usuario


Pero parece haber una tecnología de última generación: la que necesita que el hombre le ayude. ¿Cuánto tiempo pasa usted diciéndole a su procesador de textos que no quiere escribir una carta, que quiere escribir dominio en vez de domingo y que el título no es tal, sino una línea para evitar el síndrome de la pantalla en blanco? Sé de gente dispuesta a pagar lo que sea por uno de esos antiguos procesadores de textos, eso con muchos control, alt y shift… La batalla contra la estética de Bill en sus presentaciones ya es causa perdida, y hasta hay defensores de la ella, si no, no entienden nada.



Si usted ha tenido la aterradora experiencia de subir a una micro por estos tiempos y estos lados, sabrá con precisión qué es lo que sociológos llaman «anomia»: el chofer le mira con cara de situarle dentro de las generaciones tecnológicas, según eso le paga usted al chofer o a la máquina. Si usted es una chica muy bonita, pasa gratis. Si por ventura la máquina expendedora se tranca, todos los pasajeros acuden en su ayuda, incluso algunos dicen «Ä„ Apriete T !». La solidaridad del chileno, siempre presente en momentos graves. Fenómenos como éste ocurren también en los estacionamientos con monedas, que son ampliamente apoyados y cuidados por una red de trabajadores polifuncionales, es decir, que le ayudan a estacionar, a limpiar el auto, a abrir la puerta, a sacar bolsas, etc. A la máquina lavadora de platos (lavavajilla, le llaman) hay que ayudarle a prelavar y a pre-prelavar las ollas. Y a su auto que, usted secretamente sabe, da 150 sin ningún problema, hay que ayudarle a superar el trauma de no superar la barrera de los 100, si no, usted también sabe.



Cuando se dice que los chilenos trabajamos muchas horas pero somos lo menos productivos que hay (impresentable, ¿no?), me pregunto cuánto tiempo pasamos aceptando las disculpas de los que les suena el teléfono móvil en medio de la reunión luego de escuchar «sí, estoy en una reunión, luego te llamo», o discerniendo cuál es el plan que nos conviene (porque siempre hay un plan, para todo). Sin entrar en el mundo escabroso de los servicios técnicos. Ahora si usted ha hecho entrenamiento técnico a otros, se topará con el «es que yo lo hago así», que viene a ser el equivalente tecnológico del antiguo cajón de la secretaria: nadie sabe exactamente qué hay, por qué, para qué sirve, por qué es secreto, y no es traspasable a nadie más.



Pero dejar la tecnología también tiene sus problemas: en un cumpleaños fui presentada como «Sí, ella es la que bota las impresoras antiguas», y no me diga las explicaciones que he tenido que dar luego de dar de baja el teléfono móvil y eso que no le dije a nadie que boté la agenda electrónica hace años. La tecnología es también un excelente pretexto para conversar, coquetear mientras se pide ayuda, revivir los mitos de la solidaridad, tomarse un café mientras se cae la línea, aceptar cuanta visita de vendedor con catálogos y demos hay y pasar muchas horas cotizando precios.





* La autora es socióloga.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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