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Columna abierta al autor de Los Nazis en Chile


Kolombus,
die Zeit-
lose im Aug,

(P.C., Die Silbe Schmerz).

Hace algunos años, en el invierno de 198…, hallábame en compañía de un amigo (chileno) en una brasserie de la rue d’Ulm, en París. Inmersos en nuestras elucubraciones -ambos íbamos entonces de estudiosos estudiantes por la vida- no habíamos pronunciado palabra durante por lo menos un cuarto de hora. Pero, como siempre, de improviso, nuestro ensimismado silencio vino a interrumpirse por la entrada al local de un hombre de unos 50 a 60 años, ligeramente canoso y moreno, con una especie de pañuelo colorado al cuello, el cual le confería una cierta desaprensiva elegancia, extrañamente muy francoparisina. Mi amigo y yo reconocimos al instante al filósofo -«el más grande filósofo de nuestra época», al decir provocante de mi amigo. Éste, quien conocía personalmente al filósofo moreno, le hizo señas de acercarse. El hombre, en efecto, se aproximó, afable, a nuestra mesa, y nuestro amigo acometió las presentaciones del caso. Al oír decir que yo también era chileno, el filósofo espetó, no sin cierta calculada ironía: «Pero Uds. no por ser chilenos van a estar de acuerdo con ese Monsieur Farias, n’est-ce pas?». Era el tiempo, en efecto, del ruido causado por Heidegger y el nazismo -del historiador chileno avecindado en Berlín-, no sólo en Francia y no sólo en el microclima académico, sino también aquí y acullá y también en cierta opinión pública. No, por supuesto, no, Monsieur Le Philosophe, bien au contraire, por más que la franca ironía nacional identificatoria no me pareciera ni entonces ni ahora particularmente feliz, ni aún para romper el hielo.

De un ruido a otro: de Heidegger y el nazismo a Los nazis en Chile. Con todo, franqueza oblige, no podríamos imputarle enteramente al autor de un libro el eventual ruido o revuelo público que aquel pudiera venir a desencadenar. Farías lo sabe, y en el prólogo de su último libro se pone el parche antes de la herida, al afirmar -defendiendo la seriedad de su trabajo documental y reflexivo- que «el carácter dramático que tiene el tema [del libro] por el hecho de relacionar una sociedad a duras penas democrática [la chilena] con el nazismo, no surge de la búsqueda deliberada de temas sensacionales» [itálicas, mías]. Pero -otra vez: con todo y siendo francos- parece evidente una expresa voluntad de ruido por parte de Farías, probablemente ligada a una genuina intencionalidad política, aunque algo recargada de retórica científica. Cuando, en una entrevista a este medio, Farías lanza frases del tipo «Allende defendió, de facto, a un criminal de guerra [nazi]», aludiendo a su papel en el caso Rauff, o cuando se trenza en una polémica radial con la diputada Isabel Allende por el mismo asunto, ¿cómo no advertir una abierta voluntad de «ruido»?

Allende el ruido, entonces, un par de acotaciones, puntuales.

Farías se va de tesis: el conjunto y las partes de Los nazis en Chile se establecen sobre la convicción de que el nazismo es, como ideología y fenómeno histórico, de un carácter absolutamente único e inédito: «por primera y única vez en la historia de la humanidad, unos seres humanos convirtieron el exterminio de otros seres humanos en su meta, sin otra función que el exterminio». Ergo, los crímenes nazis serían cualitativamente distintos a todos los demás crímenes históricos y, a la vez, el nazismo pasa a ser el «punto de convergencia» entre todas las formas de totalitarismo hasta ahora conocidas.

Es una vieja discusión entre historiadores profesionales la cuestión de si el nazismo es una variante entre otras de algún tipo de régimen político -facismo, totalitarismo, dictadura, etc- o se trata de un fenómeno estrictamente sui generis (cf. E. Arnold, The Nazi Dictadorship. Problems and Perspectives of Interpretation, Oxford, 1989). Brevemente: el huachi que instala la tesis de la singularidad radical no sólo unifica violentamente un referente complejo («el» nazismo es más de uno; no es lo mismo el nazismo de Heidegger que el de Hitler, etc.) sino también, tal como algunos ha dicho con respecto al Holocausto judío, tal singularización total tiende a sacralizar -para Bien o para Mal- un determinado acontecer social: la historia se vuelve teología. De ahí a convertir el Nazismo, o el Holocausto (Shoá), en paradigma o «punto de convergencia» para auscultar formas menos desarrolladas (o radicales) de lo in-humano no hay más que un paso. Farías lo da.

Lo anterior no equivale a desconocer lo monstruosamente singular de las políticas de exterminio de judíos y gitanos impulsadas por los nazis a partir de 1942 (Conferencia de Wannsee, 20 de enero: fecha de la llamada «Solución Final»). Pero tal singularidad no aniquila otras, ni se yergue en punto de convergencia sin más. Se trata, por de pronto, y como otras, de una singularidad situada, «occidental». En este contexto, y telegráficamente, podríamos preguntarnos si la deliberada política de exterminio de los nazis (que finalmente, como sabemos, fracasó en su intento de genocidio) se diferencia esencialmente del más o menos inconsciente pero «exitoso» genocidio de decenas de «culturas» indígenas americanas que definitivamente desaparecieron al cabo de algunos siglos de penetración occidental, o sólo se trata de una diferencia de grado de desarrollo técnico (las industrializadas cámaras de gas versus el arrinconamiento territorial más esporádicas matanzas, etc.).

Otra acotación: ¿por qué Víctor Farías se niega a referirse a la dictadura en Chile en el curso de la entrevista publicada en el El Mostrador? Cito, hacia el final:

«-Ahora bien, desde el punto de vista de la experiencia chilena de la dictadura, encabezada por Pinochet…
-Eso no lo sé, porque no he estado allá, no puedo pronunciarme al respecto…
» (Ä„Ä„Ä„!!!)

Porque no ha estado allá (¿aquí?) dice no poder decir una palabra (¿un poco como Heidegger no diciendo -salvo una, monstruosa, en Die Gefahr (1/12/1949)- palabra sobre el Holocausto? Heidegger tampoco estuvo en las cámaras de gas…). Palabra de historiador, fatal. ¿O es que mostrando sólo la catástrofe nazi y evitando -descaradamente- mentar directamente la catástrofe dictatorial en Chile (señaladamente: los «desaparecidos») Farías no busca sino desensimismarnos de «nuestra» marcada monoreferencia nacional? La contraportada de su libro -¿debida al editor?, ¿por mero afán publicitario?- dice, con todo, otra vez, algo en esa dirección: «Los nazis en Chile es la relación pormenorizada de una complicidad que ayudará a comprender mejor los sucesos de la reciente historia chilena.»

En fin: muchos años después, en la primavera (meridional) de 199…, volví a encontrame con Monsieur Le Philosophe, esta vez en Santiago. Mi amigo (chileno) no estaba ya en la comarca. Cruzamos palabras esa vez sobre El Extranjero, El Malentendido, de Camus, y acerca de un poema montañoso, en las antípodas de Poe, de Paul Celan.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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