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Lagos: del andante al adagio


Lo que más me ha impresionado en la actuación de Ricardo Lagos durante estos incompletos cien primeros días de su gobierno ha sido su hambre de gol. El Presidente persigue todos los balones, saca los tiros directos, patea, cabecea, busca hacer méritos sobre la cancha en cada jugada del partido. No conoce el descanso.

Parece que su campaña electoral -que fue tan fatigosa- le dejó con las luces prendidas y que necesita continuar agitando el aire con promesas, con plazos y con sucesivos desafíos para legitimarse definitivamente.

Quizás haya sido provechoso ese ingreso en tromba y al ataque, en el principio del encuentro. La imagen resolutiva y todoterreno del mandatario ha imprimido energías muy oportunas a un país convaleciente, que viene saliendo de una múltiple crisis económica y política. En su último tramo, en efecto, el gobierno de Frei bastante tuvo con aguantar el tipo como pudo, pero la verdad es que se vivía una sensación colectiva de empantanamiento.

Lagos entró a la Moneda cortejado por la buena suerte, cuando los indicadores revertían sus tendencias negativas. Es cierto que se le han cruzado problemas y malos ratos: desafuero de Pinochet, reivindicaciones mapuches, lucha (autoimpuesta) contra las colas de los consultorios, parto agónico de la mesa de diálogo e incluso un remake del diluvio universal a lo largo de siete regiones, y un temblor al que le faltó poco para terremoto. Para más, las cejas triangulares de Nelson Acosta vaticinan desde todas las pantallas, que las cosas podrían ir mucho peor.

Un buen menú para alguien que ha saltado a la cancha con ganas de sudar en serio la camiseta.

El hombre, respondiendo a su libreto, ha sabido oficiar de Presidente en terreno. Su rostro profesoral se ha ido reconciliando con las cámaras, e integrándose con éxito al imaginario de la gente. Ahí están, para demostrarlo, los resultados que arrojan las encuestas. Sólo Patricio Aylwin tuvo, en su mejor momento, índices de aceptación similares.

Pero existe un peligro: la política no responde sólo al mecanismo estímulo-respuesta. Ni se reduce al «estar ahí» oportunamente en las emergencias, ni a obtener las lágrimas y el aplauso desde el ángulo exacto, a no ser que se confunda la acción pública con la acción publicitaria.

Por eso, creo que es conveniente enfriar un poco el balón para que el equipo se serene y encuentre su ritmo y su estilo hondo de juego. Hay mucho campeonato por delante y lo que viene es la acción lenta, oscura y cotidiana, no para atender al momento las emergencias, sino para el trabajo porfiado y gradual de prevenirlas y eliminarlas.

El desafío de Lagos, del sexenio-Lagos, consiste en que el país dé el salto hacia la calidad: organizar la revolución colectiva contra la fragilidad sistemática, contra la provisionalidad como modo doloroso de vida, contra la imprevisión hecha queja y rutina de cada año. El actual mandatario tiene suficiente mal carácter y sentido de la vergüenza como para ser capaz de promover esa silenciosa y lenta revolución, esa terca lucha contra un falso destino.

Se trata de convertir este país-copeva en un país de verdad, de sacar del horizonte tantas llanuras de simbólicas fonolas, de considerar la dignidad como la única medida de una gestión política decente. De facilitar a todos el ejercicio de la ciudadanía y de sus oportunidades.

Todo esto va a exigir participación, organización, creatividad: tiempo y ritmo para que se vayan liberando y madurando las energías más profundas y más imaginativas de un pueblo.

Es el momento de pasar del presto al adagio.

Los cien primeros días han sido un estimulante aperitivo.

Ahora el cocinero tiene que entrar a los platos de fondo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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