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El diálogo de sordos, un artefacto de la desmemoria

Tomás Moulian
Por : Tomás Moulian Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales.
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Me ha tocado conocer en un viaje al extranjero del que aún no retorno, el documento parido por la Mesa del Diálogo. Como era de prever, en esa mesa se impusieron los dialogantes más sordos. Lo que me provoca la mayor ira en ese documento es el relato histórico que construye, cuyo hilo matriz es que todos somos iguales. Se reconoce, con palabras sibilinas, que funcionarios del Estado abusaron de sus deberes. Pero el contexto discursivo les proporciona una justificación inmediata. Ellos actuaron en reacción contra un espiral de violencia que había creado la Unidad Popular y finalmente sus actos encuentran su explicación en la lucha por detener esa avalancha.

Sin embargo, no es así. Los grandes asesinatos políticos de ese periodo fueron provocadas por fuerzas de ultraderecha (el General Schneider y el Comandante Araya) y el otro por un grupo de ultraizquierda crítico de la Unidad Popular (Pérez Zujovic). De lo único que podemos acusarnos es de que ciertos sectores de la Unidad Popular utilizaron la retórica de la violencia. Ello se transformó en amenazante para ciertos sectores, pero entre ellos no se contaban los militares. Estos siempre supusieron que la única posibilidad de defensa del gobierno radicaba en la división de las Fuerzas Armadas, o sea que estabamos en sus manos.

El uso masivo de la violencia represiva y el carácter sistemático de las violaciones a los derechos humanos nada tuvieron que ver con las presuntas espirales creadas durante la Unidad Popular. La violencia genocida de la dictadura, despiadada y maquiavélica hasta el extremos de hacer desaparecer los cuerpos de las víctimas para engañar a la opinión publica nacional e internacional, tiene que ver con el proyecto de contrarrevolución capitalista que los militares impusieron.

Contreras, Gordon, Salas Wenzel no son el producto de la razón extraviada, ni criaturas monstruosas que se explican por la psicopatología. Son simplemente burócratas militares que cumplieron con el diseño estratégico de eliminar o neutralizar a los dirigentes sociales y políticos de manera que la contrarrevolución pudiera imponerse en el vacío social. Esas formas del terrorismo fueron creadas para silenciar a los adversarios, para impedir que se hiciera política. El terrorismo duro (el de las desapariciones, el de la tortura innoble que afectó a miles que permanecieron vivos, el del exilio o destierro) y el blando (el de la prisión sin juicio ni razones, el de la censura de prensa, radio etc., el de la persecución por ideas) no tienen relación alguna con la Unidad Popular. Son instrumentos para transformar sin obstáculos la vieja carcasa del capitalismo proteccionista y con Estado protector y para poner en su lugar el capitalismo del libre comercio, de la brutal mercantilización del mercado laboral y de las políticas sociales.

No podemos permitir que se imponga ese relato inverosímil sobre la Unidad Popular y la dictadura que han creado estos dialogantes ensordecidos. Para conseguir que los militares emitieran una palabras de contricción han creado, supongo que de buena fe, este artefacto histórico que los justifica. Decir diálogo de sordos es aún poco decir.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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