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Peligros de campaña


El eslogan no tiene nada de novedoso y, a estas alturas, parece obvio: «un alcalde para Lagos». Ese será, en lo básico, el mensaje y la consigna de la Concertación en la campaña para las elecciones municipales de octubre.

Si en cierta ocasión se predijo, con tono huraño, desde las filas oficialistas, que la campaña de la oposición se iba a «lavinizar», ahora a lo menos esos mismos deberían morderse la lengua.

La opción no es descabellada. La Concertación está empeñada en intentar trasladar el notable apoyo que Ricardo Lagos recibe en las encuestas -por sobre el 60 por ciento- a la alianza de gobierno, sus partidos y, al final, sus candidatos a alcaldes. Es obvio que ese descenso peldaño a peldaño hace volátiles los votos, porque esas mismas encuestas que se manejan en La Moneda muestran que las cifras de apoyo a Lagos disminuyen para la Concertación y sus partidos.

¿Es traspasable a un candidato a alcalde el respaldo que hoy exhibe el Presidente? En alguna medida, sí, pero a costa de asumir ciertos riesgos sobre los cuales no es ocioso divagar:

1.- La «laguización» de la campaña municipal expone aún más al primer mandatario. Nadie sabe cuánto de perjuicio o beneficio puede significar para su imagen el aparecer «avalando» a determinado candidato que, supongamos, arrastra ya cierta fama de corrupto, autoritario o ineficiente (o probo, receptivo y trabajador). Sabemos que no todos los aspirantes -como en cualquier actividad- pueden pasar la «prueba de la blancura», pero quizás el propio Lagos puede convertir su figura paternal sobre los candidatos en una prueba de control, de exigencia, por ejemplo: dando algunas señales claras sobre las capacidades y actitudes que espera de sus alcaldes.

2.- Si la campaña se construye, en términos simbólicos, en forma piramidal, con Lagos en la cúspide, es obvio que eso lo hará responsable de victorias y derrotas. El peligro mayor es que la Democracia Cristiana baje su representación municipal -lo que no sería raro, porque estaría simplemente acorde a la tendencia de los últimos años- y eso genere al interior de ese partido un movimiento de «revancha», de empeño por recuperar identidades e influencias a partir de su distinción con el resto de la Concertación. La historia es vieja pero podría ser renovada en esta etapa. Lagos podría ser responsabilizado de ello.

3.- La opción de Lagos a la cabeza de todo puede acentuar una característica de estos primeros tres meses: la concentración de lo público en el Presidente. Es cierto que ha logrado que algunos de sus ministros asuman personalmente ciertos desafíos, pero siempre ha sido el resultado de una instrucción presidencial. En suma, se ha generado la sensación de que las soluciones nacen de Lagos, que él es el motor de la gestión gubernamental. Eso es en parte cierto, pero puede abrir un campo insospechado de críticas o ataques contra Lagos: el personal, el de su personalidad. Ya algunos empresarios aficionados a la política han deslizado la idea de que el mandatario posee un rasgo autoritario. Puede ser el primer paso de una ofensiva que podría crecer si se dieran determinadas condiciones.

Es evidente que el Presidente ha optado por asumir responsabilidades y riesgos, todo ello bien mediatizado. La «laguización» de la campaña municipal es otro riesgo más, pero también distinto: supone la presencia de Lagos en cada comuna, pero a través de los postulantes de la Concertación, transformado en algo que no sea exactamente él mismo. El peligro mayor es, entonces, la banalización de su imagen y, como consecuencia, la pérdida de una cierta aureola, de una cierta capacidad ejecutiva, de lo que hasta el día de hoy ha ido construyendo como símbolo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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