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Tierra del Fuego

Domingo Namuncura
Por : Domingo Namuncura Trabajador Social. Exdirector nacional de Conadi. Exembajador de Chile en Guatemala.
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La película del chileno Miguel Littin, «Tierra del Fuego» puede ser discutible desde diversos ángulos. Mas, lo cierto es que esta cinta es la primera en la historia del cine nacional que aborda el tema del exterminio de los indígenas onas en la extrema región de Magallanes y probablemente ahí radique uno de sus principales aciertos.



En efecto, el aventurero Julius Popper, que en nombre de la Reina de Rumania viene a conquistar el oro de Magallanes, se lanza en una aventura que Coloane narra con intensidad en su obra y que en la película se expresa con maestría. Perdido en los confines del sur, Popper y su patética cruzada reflejan el mismo espíritu de los antiguos conquistadores y colonizadores que a mansalva se hicieron dueños de estas tierras nobles. Popper seduce con el oro y aún cuando no logra todo el apoyo que requiere de los estancieros y hacendados magallánicos, su obra salvaje -sin duda- abre a favor de sus intereses los caminos de una conquista inexorable.



En este caminar se cruzan ingenua o inocentemente los indios Onas. Ninguno sobrevive ahora en Chile. Poblaron las extremas tierras del sur desde tiempos inmemoriale. Eran un pueblo nómade y aprendieron a vivir conviviendo con la inclemencia del frío y del profundo aislamiento. Pero ellos vivían sobre un suelo de riquezas naturales y la expansión de Popper y los hacendados magallánicos hizo necesario perseguir, esclavizar y exterminar a aquellos indígenas legendarios en nombre de una poderosa avaricia.



La historia de Chile, escrita desde una perspectiva de dominación cultural, sólo da cuenta parcialmente de la locura o excentricidad de Popper y de ciertos incidentes con los nativos. El aventurero representaba el avance de la modernidad y la llegada de una suerte de civilización. Los onas eran frente a ello salvajes y bárbaros, sin cultura ni ley. Exterminarlos era casi un deber moral.



Y así lo hicieron. Las crónicas de historiadores más progresistas han dado cuenta de versiones que Coloane, en su infatigable peregrinar por el lado oscuro de nuestra República, develando sus profundas contradicciones, supo llegar a la herida y revelarla con toda su intensidad y Littin, muchos años después, en medio de un tibio despertar cultural de nuestra naciente democracia, retrata esta historia enmascarada en una especie de novelón, que deja escurrir la suerte de los onas que rindieron su vida ante la conquista de sus tierras.



Narran los cronistas que para asegurar su exterminio, a los audaces aventureros se les compensaba por cada cada oreja o nariz de los indígenas muertos. Si traían consigo su cabeza ello era garantía de mayor seguridad y la compensación era generosamente incrementada.



Así se exterminó a un porcentaje muy relevante de onas en lo que podemos calificar como un genocidio que ocurre en los albores del siglo XX, cuando Chile ha constituído su República.



La película de Littin es apenas el comienzo de un proceso de reconocimiento de estos hechos históricos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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