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La trampa tecnológica


Cuando ya hace muchos años (en la década de los ´60) el teórico comunista y filósofo francés Roger Garaudy anunció que «una revolución en la técnica producirá una revolución por la técnica», pocos imaginaron la revolución informática y el enorme cúmulo de consecuencias sobre la vida de todo el planeta.



Recuerdo cómo el desaparecido ex diplomático chileno Carlos Diemer Johanssen insistió hasta la saciedad en los mandos políticos chilenos para que se adelantaran un poco a los hechos y aprehendieran lo esencial de aquellos movimientos que finalmente se tradujeron en un aumento del gap tecnológico y cognoscitivo entre el Primer Mundo y nosotros. En el exilio, creo haber sido de los pocos que escucharon sus apasionados debates sobre MacLuhan y en particular Jacques Monod, el hombre que dio estructura filosófica al tema de la revolución informática.



Lo que no imaginaba este cultísimo chileno era que, además de esta grave deficiencia, con el pasar de los años en democracia nuestros niveles culturales iban a ir decayendo casi al ritmo de lo que fue la dictadura, que significó todo aquello que se llamó «el apagón cultural». Hay ahora un debate -instrumental como casi todo lo nuestro de estas épocas- que tiene diversas interpretaciones sobre las famosas pruebas Simce que miden la calidad de la educación. He leído y escuchado casi todas las posiciones y me avergüenza un poco que la democracia haya sido capaz de generar tanta incapacidad analítica real o deformación cerebral para esconder la verdad yéndose por las ramas, eludiendo los temas de fondo y anunciando medidas que seguramente agravarán el problema.



Lo curioso es que el modelo de desregulación del tipo neoliberal clásico, supone la existencia de un acervo cultural y tecnológico capaz de absorber tanto la transferencia de nuevas tecnologías, cuanto las nuevas técnicas de producción, distribución y etc. En estas condiciones no podrá aspirar el país a ser destinatario de inversiones productivas y deberá limitarse a su tradicional rol de proveedor de materias primas. ¿Es este el modelo o propuesta de país que debemos aceptar en los albores del siglo XXI?



No creo posible hacer afirmaciones categóricas sobre nada en esta realidad tan particular nuestra, pero personalmente me gustaría salir de la condición primitiva que implica entregar nuestras materias primas para que otros le incorporen valor. Tengo además la sospecha que para que ello ocurra en 10 ó 20 años a futuro, debe hacerse una radical revolución educativa que rompa de una vez con los mitos, tabúes y otras tonteras que se quiere mantener a toda costa.



Mientras se siga denigrando al Estado y se quiera hacer política de sacristía con nuestra educación y cultura, estamos ante un callejón sin salida y no vale siquiera la pena participar en un debate que además de «gattopardesco» es «rasca» como se suele decir en jerga local a lo que tiene poca consistencia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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