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Nada envejece tanto como huir


La receta de la inmortalidad, o el secreto de la elusiva fuente de la juventud eterna, es éste: enfrentar cara a cara los desafíos que se te presenten. No escapar, por ejemplo, de un temporal económico, sino saber mirarlo de frente y encontrar la oportunidad que toda crisis esconde. No huir de la muerte que acecha en determinadas enfermedades, sino plantarle cara y pelearle con las armas propias de la vida. No escapar una y otra vez del acreedor inclemente, evitando incluso responder sus llamadas telefónicas, sino que alcanzar con él un trato posible y cumplirlo.

Conocemos tantas historias de prófugos recapturados que uno tiene que pensar si no hay algún destino que tiene escrita la fecha en que el reo vuelva a prisión. Porque aquellos a quienes la justicia persigue no deben tener, como el resto, ni siquiera un domingo tranquilo contemplando el mar.

Imagino, por ejemplo, al octogenario Pinochet intentando desde hace años huir al juicio de la historia, al proceso de los tribunales, al recuerdo de las muertes y traiciones que provocó en vida. Refugiándose en los incondicionales que aún le quedan y en su obsesión por el honor militar que tantas veces vulneró. A ese hombre -un mito de nuestra historia reciente- lo hemos visto envejecer de pronto, llenarse de arrugas y caminar a pasitos cortos. Y me me digo que en lugar de ganar tiempo, ha perdido años.

No soy nostálgico de Allende, ni comulgo con su estatua de bronce frente a La Moneda, pero no puedo dejar de pensar que su suicidio no fue una huida como la que protagoniza hoy Pinochet sino su forma de enfrentarse cara a cara con su destino trágico.

Nada envejece más que estar huyendo, como los saben los futbolistas que entran al campo de juego sólo a defenderse, escapando de su destino que es marcar goles; o los soldados perseguidos por un ejército enemigo. Huir añade pliegues en el alma y arrugas a la cara, como lo han experimentado las señoras que no saben enfrentar una adversidad, un hijo ingrato o un marido ausente, y sobrellevan su vulgaridad de cóctel en cóctel.

Uno puede creer que gana tiempo, que compra juventud y espontaneidad cuando decide escabullirse al destino y dar un rodeo a los problemas. Nada más falso. La verdadera juventud eterna, la vitalidad y las ganas de vivir se compran en una sola farmacia: la farmacia de la verdad, aunque duela.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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