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Supervivencias Inquisitoriales


Acaba de reeditarse el libro Camisa Limpia, de Guillermo Blanco, que cuenta el proceso que le siguió el Tribunal del Santo Oficio al médico judío Francisco Maldonado de Silva, quien fue quemado vivo en el auto de fe que se celebró en Lima el 23 de enero de 1639, uno de los actos más indecorosos de la historia del continente.

Con el pretexto de mantener la unidad espiritual de la fe católica, la Inquisición persiguió principalmente a judíos, protestantes y otros herejes, pero también a blasfemos, hechiceros, adivinos, invocadores del demonio, astrólogos, alquimistas y a los que leían o poseían libros prohibidos.

Como lo señala Marcel Bataillon, aunque la Inquisición fue creada para defender la fe y no las buenas costumbres, entre los reos perseguidos por este Tribunal abundan los bígamos. Se repite, asimismo, en los documentos inquisitoriales, el delito contra la castidad sacerdotal de la «solicitación», es decir los «actos torpes» cuando éstos tenían lugar en el momento de la confesión. Lo que rebelan muchos de los procesos -según Bataillon- «es la castiza corrupción de las costumbres clericales y seglares en la América colonial».

Hay, además, casos especiales, como la herejía peruana de fray Francisco de la Cruz -quien aspiró a ser papa y rey de la nueva cristiandad indohispana-, en que a la legalización de la poligamia y la supresión del celibato sacerdotal, se unían ciertas prácticas de magia y profetismo milenarista delirante.

Todo indica que había en América condiciones para que afloraran la diversidad, los proyectos utópicos, los impulsos dionisíacos, los sueños milenaristas, el delirio milenarista, la libertad sexual y la locura. Sobre estos desbordes se superpone el intento homogeneizante del Santo Oficio que establece los límites dentro de los que se puede pensar, creer, leer o comportarse.

La Inquisición crea un imperio de la delación y el miedo. A Francisco Maldonado lo delata su propia hermana. A su padre, también procesado por judaizar, lo entregó otro de sus hijos. El francés Francisco Moyen, procesado a mediados del siglo XVIII, fue acusado por cosas que dijo en el trayecto de su viaje desde Buenos Aires a Lima.

Dos siglos y medio de Inquisición no pasaron sin dejar huellas. José Toribio Medina, luego de concluir sus monumentales estudios sobre la historia del Tribunal del Santo Oficio en Lima y en Chile, concluye que este aspecto de la vida de los pueblos americanos «se impondrá a todo el que quiera penetrar un tanto en el conocimiento de las causas y elementos que hoy constituyen su sociabilidad.» Esto sin contar con las «otras inquisiciones» que hemos vivido en períodos más recientes de nuestra historia.

Tal vez muchos de nuestros hábitos actuales sean réplicas lejanas de la Inquisición. Ahí están, por ejemplo, el excesivo control social sobre la vida privada; las cautelas e infinitas precauciones que se toman antes de decir cualquier cosa; la calificación de locura que se da a cualquiera manifestación de euforia, exaltación, entusiasmo o delirio; la desconfianza frente a la diversidad; las formas de disciplinamiento que ejercen ya no la Iglesia sino otras agencias, como colegios, empresas, ejército, etc.; los formalismos sociales, la tendencia a prohibir libros, y unos cuantos etcéteras.

Por suerte siempre ha habido hombres y mujeres que han enfrentado los incontrarrestables poderes de los tribunales y las represiones neoinquisitoriales. Francisco Maldonado, el protagonista de la novela de Guillermo Blanco, debiera ser elevado a la categoría de héroe civil, precisamente porque fue uno de los primeros que dio una lucha solitaria y perdida en defensa de la dignidad humana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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