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El Fin del Hombre Lúdico


El historiador Johan Huizinga, que caracterizó a la especie humana como Homo ludens, afirmaba que la historia de la cultura parece consistir en una progresiva erradicación de lo lúdico de todas las manifestaciones sociales: la religión, la ley, la guerra y el trabajo. En la medida en que éstas se van haciendo más formales y se institucionalizan, excluyen al juego.

De ahí en adelante el juego, junto con la fiesta, pasa a ser uno de los grandes recursos para romper la rutina, transgredir las obligaciones y formalidades de la vida cotidiana y aliviar la dureza de la realidad.

Así, el juego fue relegado a la sospechosa zona de las cosas gratuitas e inútiles. Se lo miraba con desconfianza porque parodia al mundo del trabajo: creaba competencia y exigía las mejores destrezas de los jugadores, pero no producía nada más que el placer de vencer obstáculos artificiales y conseguir metas arbitrariamente fijadas.

No se podía tolerar por mucho tiempo la proliferación de esta actividad espontánea e improductiva. Pronto empezó a buscársele la utilidad. En la Inglaterra de la revolución industrial las empresas apoyaron a los equipos de fútbol de sus trabajadores, porque el deporte creaba disciplina y sentido de trabajo en grupo. Por otro lado, la moralidad burguesa asociaba al deporte con la higiene y la vida sana, en contraposición a los hábitos perniciosos de la taberna y el burdel.

De ahí se pasó a vincular al deporte con la seguridad nacional. «Nuestra blandura creciente, nuestro estado físico cada vez más deficiente, son una amenaza contra nuestra seguridad» proclamó John F. Kennedy al crear el President´s Council on Youth Fitness. En las antípodas, en 1925, el Comité Central del Partido Comunista de la URSS había establecido la necesidad de usar el deporte «como medio de aglutinar a las grandes masas de trabajadores y campesinos en torno a la unión del Partido y la IndustriaÂ…»

Pero más que unidad, «aglutinación», disciplina, desarrollo de destrezas productivas, cooperación y sentido de trabajo en equipo, lo que estos intentos de manipular el deporte produjeron fue exacerbación de la competencia y furia por triunfar. Hasta en la monolítica Unión Soviética, las rivalidades entre clubes como el Estrella Roja y el Dínamo, eran proverbiales.

Así, el deporte terminó estimulando el culto a la victoria y los irracionales orgullos locales y nacionales cuando no los más primarios instintos tribales. Los estados latinoamericanos, como parte de sus programas de formación de identidades y lealtades populares, construyen a mediados de este siglo, los grandes «estadios nacionales», donde se librarán algunas de las «gestas» de esta moderna épica deportiva.

Hay otro factor que últimamente ha crecido en forma desmesurada: el negocio vinculado al espectáculo deportivo. Hace poco la revista América Economía informaba que el texano Tom Hicks ha invertido US$500 millones en derechos televisivos del fútbol de América latina. Hay, además, varios grupos que están dedicados a la explotación comercial de los clubes más populares, lo que incluye, entre otras cosas y además de los derechos televisivos, la conocida publicidad en la camiseta, el lanzamiento de sitios en internet, y la venta de una amplia gama de productos, que va desde llaveros hasta buzos.

¿Cómo se irán a conciliar la racionalidad de los grandes negocios con los furiosos impulsos de la hinchada? ¿Qué ocurrirá cuando una de estas grandes empresas dedicadas a la gestión comercial del fútbol trabaje con dos clubes rivales? Tal vez el antagonismo y la rabia tribal y el orgullo nacional que pone en juego el balompié puedan administrarse como parte del negocio.

Por último, ya no en el ámbito de los espectadores sino en el del practicante activo del deporte, la asociación de los factores comercial y narcisista es ineludible. Hoy es frecuente ver por las vidrieras de los gimnasios a hombres y mujeres brincando sincronizadamente. Es parte del delirio de belleza que aqueja a nuestra cultura. Y casi siempre brincan con una parafernalia de buzos, cintillos, zapatillas y otras prendas de marcas conocidas y vistosas. Lo mismo que los que salen en bicicleta, y qué decir de los que van a esquiar. Ya Veblen observaba que norteamericanos muy compuestos, cuando iban de pesca o de caza, lo hacían con exceso de equipos y atavíos. Tal vez en esa ostentación encontraban el principal encanto del deporte.

De modo que el juego no sólo ha sido desterrado de todas las manifestaciones de nuestra cultura. El mismo juego ha terminado por ser despojado de su carácter lúdico, gratuito, inútil y hoy está sobrecargado de funciones. De la esfera del ocio pasó a la del negocio. Esto tal vez marca el fin del Homo ludens, que sería otra de las tantas aniquilaciones de la época postmoderna.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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