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Hércules y Atlas cuarentones


¿Se acuerdan de Charles Atlas? Aparecía en las revistas de los años 50 y 60. En los comics de Tarzán, de Roy Rogers y en la Mecánica Popular. Aparecía sonriente, luciendo sus pectorales e invitándonos a dejar de ser alfeñiques, a convertirnos en hombres de verdad siguiendo su curso Tensión Dinámica. Las lecciones llegaban por correo. Con sólo 15 minutos diarios de ejercicios, sin pesas ni aparatos, podíamos llegar a ser hermosos ejemplares de machos.



Muchos nos hemos convertido ya en Mr. Atlas, pero en un sentido que jamás sospechamos cuando recortábamos los cupones para pedir sin costo ni compromiso un folleto con más información sobre el curso.



Atlas es el gigante mitológico que sobre sus hombros carga el cielo. Los que ahora somos cuarentones y cincuentones nos hemos echado a la espalda pesos enormes. Somos también como Hércules, el héroe al que le impusieron una serie de trabajos desmesurados.



Estamos en esta edad maldita en que somos demasiado viejos para pasarlo bien y demasiado jóvenes para jubilar. La privatización de los sistemas de previsión ha hecho del retiro una hermosa quimera publicitaria. De las aefepés nos mandan folletos a todo color en que aparecen viejos con una vitalidad de adolescentes, gozando despreocupadamente de la vida. Nos prometen que un día seremos así. Yo sospecho que nunca, porque al paso que vamos, con las tensiones y los trabajos de Hércules que debemos soportar, terminaremos en un estado de deterioro en el que mejor ni pensar.



Es que tenemos que seguir manteniendo a hijos ya casi treintones, que año a año se pasean vitrineando en el mercado de la educación superior, entrando a una y otra carrera a ver si alguna les gusta. En el mejor de los casos terminan con un título profesional que de poco les sirve en un mercado ocupacional saturado, y tienen que seguir estudiando, hacer posgrados, magísteres y doctorados para tener alguna posibilidad de agarrar una peguita.



Pero también debemos hacernos cargo de nuestros padres. Con el aumento de las expectativas de vida los viejos viven más, y esos años adicionales son carísimos y llenos de problemas.



Y en una de esas nuestros hijos llegan con sus propios hijos. La casa se nos llena de madres y padres solteros, o peor aún, de parejas inmaduras allegadas y llenas de conflicto. Nos da pena que nuestros tiernísimos nietos paguen el pato por la irresponsabilidad de sus padres y terminamos haciéndonos cargo también de ellos.



Cargamos con tres generaciones sobre nuestros hombros de Atlas. Y eso cuando tenemos una familia regular. En el caso de haber incurrido en dos o tres matrimonios, la carga y las complicaciones se multiplican al infinito.



¿Qué hacer para no terminar reventados? Algunos optan por desentenderse de toda responsabilidad y convertirse en adolescentes cincuentones. Salen con mujeres que podrían ser sus hijas o nietas, lo que también es echarse al hombro una carga digna de Hércules.



Los que seguimos siendo responsables, vemos la jubilación, el retiro, el descanso como un espejismo que se aleja cada vez más. Sospecho que cuando llegue el momento en que por fin pueda disponer de mi tiempo, cuando compre mi libertad y deje de remar en la galera, ya será demasiado tarde y me tendrán conectados a aparatos, lleno de tubos y de bolsas, comiendo papillas y jaleas.



Entonces tal vez forcejee y puje por levantarme de la silla de ruedas y empiece a exigir a gritos que me inscriban en el curso por correspondencia de Charles Atlas, porque estoy aburrido de ser un alfeñique y quiero convertirme en un hombre de verdad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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