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Utilería Chilensis


Llega septiembre y los gerentes de los supermercados y los malls mandan a sus empleados a meterse en las bodegas más húmedas y negras, para desenterrar las escenografías de la chilenidad. ¿Dónde quedaron las ruedas de carreta, los barriles, las tinajas? En tiempos de crisis hay que usar la misma utilería del año pasado. Los fardos de pasto que usaron para decorar la sección de vinos ahora están llenos de arañas; los delantales floreados se apolillaron. Aún así, con voluntad marketera y patriótica se intenta chilenizar el ambiente y endieciochar a las promotoras, a las cajeras y hasta a los guardias de seguridad que esconden el celular debajo del poncho de fibra taiwanesa acrílica, tipo Doñihue.



En los cafés eróticos a las minitas que atienden les ponen sombreros alones de cartulina negra y elásticos tricolores en el portaligas. Los Mac Donalds se llenan de guirnaldas con los colores patrios, y el Metro da tonaditas orquestadas como música de fondo.



En el Parque Araucano, en el mismísimo corazón del Santiago Oriente, se inaugura la Semana de la Chileniá con una rara mezcla de rodeo y campeonato de polo. Se improvisan hornos de barro para recalentar las empanadas hechas en panaderías industriales, y se levantan fondas modulares para armar un pequeño ambiente rural en medio de los rascacielos y de los espectaculares tacos que forman los automovilistas ansiosos por acercarse a las fuentes mismas de Chile. En medio de las ban, los jeeps, las station, y las camionetas todo terreno, se ve a un pobre tipo disfrazado de huaso que intenta abrirse paso con su caballo en medio de la aglomeración de vehículos. Frena un kleinbus cargado de turistas orientales que sacan sus cámaras de fotos y videos y enfocan todos los lentes hacia ese solitario jinete, representante del Chile lindo. El caballo se pone nervioso y ahí mismo procede a vaciar sus intestinos embalsamando el aire con un inconfundible aroma de campo.



Un conjunto folklórico llega intempestivamente a animar la celebración dieciochera de un banco. Nadie los ha llamado pero todos suponen que alguien los invitó. Cuando están adentro y mientras una de las chinas baila cueca con el gerente, sacan pistolas y se llevan toda la plata. De ahí se van a una financiera donde hacen un número de sau sau, y en otras instituciones repiten la recaudación con trotecitos tarapaqueños y aires chilotes.



Los colegiales y los alcaldes se disfrazan de personajes típicos: de huasos, pescadores artesanales, pirquineros, organilleros. En un colegio tuvieron la genial idea de vestir a los niñitos de mapuches y hacer un guillatún. Al poco rato se puso a llover a chuzos. Los dueños de las fondas estudian presentar una querella.



El 20 de septiembre por fin podemos dejar de ser chilenos y volver a ser habitantes de la globalización. Los camiones municipales recogen la basura, entre la que van los sombreros de cartón, los delantales y mantas de papel crepé, las sartas de banderitas de plástico. De los supermercados y los malls se retiran las escenografías de Chile. Los gerentes dan la orden de fondear los fardos de pasto y las ruedas de carretela, y de paso ir sacando la utilería de Halloween que se necesitará para octubre.



Un turista japonés sigue fotografiando la enorme bosta que dejó el caballo en medio de la calle, hasta que un empleado la retira con una pala y como no sabe qué hacer con ella, la deposita al pie de un árbol que recibe agradecido este aguinaldo o abono.



Acerca de… septiembres

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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