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Corrupción y Clientelismo


Un reciente informe sobre corrupción se ocupa de clasificar países según su nivel de corruptela. Naturalmente, nadie que pueda hablar públicamente puede manifestarse a favor de la misma. Es éticamente impresentable. En lo personal, tampoco sé como es vivir corrupto, nadie me ha ofrecido nunca dinero sucio (Ä„que yo sepa!); tampoco sé cómo son las normas de la etiqueta para entregar un soborno.



Parece, además, que es fácil no percatarse que a uno le están sobornando. Lo cierto es que es algo de lo cual hay que huir como de la peste. Y de tanto huir, resulta que nadie habla de ello.



La imagen de los corruptos es algo sensible para nosotros los latinoamericanos. Seguro que no todo policía del tránsito en México recibe pequeños dineros para eliminar infracciones. Y seguro también que alguna concesión o alguna licitación pública pasó todas las pruebas de la blancura, y nadie puso ni nadie recibió (grandes) dineros por debajo de la mesa.



Y es posible también que no todo colombiano esté involucrado en el tráfico pequeño, al menos voluntariamente, y esto me consta. Pero cada vez que se menciona el tema, nosotros, latinos tendemos a pensar en nuestra propia ropa sucia, en vez de pensar en los pocos elegantes casos de corrupción en otras latitudes.



Pero de lo que no se habla y no se hacen informes ni ranking es del clientelismo. Etica aparte, el clientelismo es casi tanto peor enemigo de la democracia que la corrupción. Un sistema organizado, con reglas consuetudinarias y socialmente aceptadas del hoy por tí manaña por mí.



Obviamente, esto se ha modernizado y nadie va a buscar a los votantes en grandes camiones y ofreciendo un pago módico por ello. Eso era antes, hace casi tanto tiempo como cuando se acuñó el concepto de clientelismo.



Así, las elites del poder rotan en lo mismo, y siguen rotando, y hasta son capaces de hacerse elegir democráticamente, total los apellidos ya son marcas registradas e instaladas en el mercado y las historias familiares han llenado páginas y páginas en las revistas de política-corazón.



Y los amigos de mis amigos son mis amigos es la regla principal de la transitividad en la vida social y política. Nadie entra y nadie sale de los clubes de los ricos, famosos y poderosos, salvo por cuestiones demográficas: muerte o nacimiento. El estilo y las formas son conservadas.



La corrupción, en cambio, es inesperada, sin forma ni estilo, al menos que uno lo perciba. Tiene un algo democrático y popular que la hace impredecible. Algo así como un narco entrevistado en unos barrios muy pobres, pero con un auto de lujo enfrente, y todo el mundo sabe que son sus pequeños y sucios billetes quienes alimentan al barrio, y no las políticas sociales.



También puede observarse, con un cierto placer, en las revistas de política- fashion la estética de caudillos locales que corrompen funcionarios ya no tan probos.



Las señoras y señores que hacen su informe de corrupción ¿no podrían hacer uno de clientelismo también? Para mirar como andan nuestras democracias, nada más.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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