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Ambición desmedida y recursos naturales

Marcel Claude
Por : Marcel Claude Economista. Candidato presidencial.
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Después de desprenderse de viejas quimeras, las políticas públicas del oficialismo concertacionista han buscado durante muchos años realizar la utopía del desarrollo. A este objetivo se asociaba no sólo el progreso material de la sociedad sino también el progreso moral.



Sin embargo, llegados al comienzo del nuevo milenio y sumidos en una tenaz crisis, ni siquiera hemos logrado el progreso material suficiente en medio de una decadencia moral muy preocupante. En algún punto de nuestra historia reciente se produjo el gran divorcio, una separación de dudosa vuelta atrás entre las metas materiales y las metas morales de la sociedad moderna.



Tras tantas experiencias ideológicas fracasadas que intentaron realizar el sueño moderno de la ilustración, no queda sino un pensamiento único que da cuenta de este divorcio deprimente entre lo moral y lo material.



Las páginas de actualidad de la prensa son hoy una galería grotesca, una distancia abismal que indemniza el progreso material y menosprecia una ética superior y cualitativamente mejor. En Chile, la búsqueda frenética del progreso material -a través del crecimiento económico operado por el mercado- está por sobre cualquier otra utopía moral y nada es digno de considerarse superior a la búsqueda irrestricta de la rentabilidad financiera.



Contra los argumentos de alguna campaña interesada, se trata de un mal que trasciende al servicio público para convertirse en una realidad característica de nuestra sociedad.



Ya ni siquiera el derecho a la vida, consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, constituye una barrera ética al principio avasallador de la rentabilización de las cosas humanas. Un claro ejemplo de esto es la poca importancia que las autoridades le dan a la anormal presencia de daño ambiental con connotaciones sociales, como el plomo en Arica, los riles en el estero Las Cruces, la impune devastación de los mares con la sobrepesca y de los lagos de la X Región con la salmonicultura.



Como si esto fuera poco hemos escuchado el increíble argumento de que es necesario «desregular» para que el país mejore. Chile corre el grave peligro de transformarse en un «basural de residuos peligrosos», pues casos como el de Arica no son puntuales: en nuestro país están dadas todas las condiciones de permisividad para incubar estas catástrofes.



Mientras algunos de los casos hoy conocidos se gestaban, el gobierno del ex presidente Frei Ruiz Tagle afirmaba que era necesario comprender que el desarrollo y el progreso requerían el uso de los recursos disponibles para el despliegue de actividades empresariales.



Todos conocen la fábula de un ambicioso rey llamado Midas cuya obsesión con el poder y la riqueza lo llevó a pedir al mago de la corte que todo lo que sus manos tocasen se convirtiera en oro. Su deseo fue concedido, pero ingrata fue su sorpresa cuando sintió hambre y su comida se convirtió en oro, cuando toco a su hija y ella se transformó en una estatua dorada.



La analogía es simple: en nuestro país un ejército inescrupuloso de ambiciosos reyes midas quiere convertirlo todo en oro y cada cierto tiempo queda en evidencia su irresponsable comportamiento. No me refiero a las indemnizaciones. El bosque nativo se tala, se astilla, se exporta y se convierte en oro. El desierto se oferta, se arrienda, se depositan los desechos tóxicos y se convierte en oro.



Las aguas se represan, se genera electricidad, se distribuye y se convierte en oro. Del mar se extraen millones y millones de toneladas de peces, se hace harina de pescado, se exporta y se convierte en oro. La salmonicultura contamina los lagos de Chiloé con desechos de todo tipo, excluye a los trabajadores de las ganancias pero a cambio lo convierte todo en oro.



La historia termina muy bien pues el rey se arrepiente, el hechizo se deshace, su comida vuelve a servir de alimento y su hija vuelve a ser una niña. Pero la verdadera y cruel historia de los reyes midas de nuestro tiempo ya no terminará bien, porque las consecuencias las están pagando los chilenos en todo lugar, viendo desaparecer barrios, bosques, peces, plazas, agua, ríos, lagos, oxígeno, lluvias y todo, absolutamente todo lo que el criterio de la rentabilidad financiera pueda concebir apetitoso.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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