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La otra cara de las municipales


Una de las disputas de interpretación de los resultados del domingo entre el bloque oficialista y el de gobierno será cuál es el punto de comparación: si las municipales de 1996 o las presidenciales recientes. Veremos cómo aburridos políticos se dan argumentos y contraargumentos para decir, unos, que la Concertación bajó estrepitosamente su 56% de hace cuatro años, mientras que los otros demostrarán cómo la oposición bajó estrepitosamente su 47% de las presidenciales.



Otros argumentos serán si hay que fijarse en las «comunas significativas» (léase aquellas en las que la UDI batirá a alcaldes concertacionistas, tal como Santiago, Viña y Concepción), o en las comunas más populosas del país, encabezadas por La Florida y Valparaíso, que presumiblemente seguirán en manos de alcaldes oficialistas.



En fin, veremos a unos y otros realizando el clásico ejercicio político post electoral, en el que todos ganan y nadie pierde.



Pero los ciudadanos saben que, más allá de los resultados, en esta elección han madurado varias tendencias que están cambiando la forma de hacer política.



En primer lugar, está la falta de ideas de fondo versus la pirotecnia de los avisos publicitarios. Esto, que en la última campaña presidencial fue casi evidente, hoy se ha consolidado.



Junto con esto, está la falta de identificación partidaria. Muchos, por no decir la gran mayoría de los candidatos, se han presentado sin su identificación partidaria, de manera de no afectar sus posibilidades de ser elegidos.



En reemplazo, han apelado a líderes-símbolo que los identifican: la foto con Lagos, los de un bando, o con Lavín los del otro.



En tercer lugar, se advierte ya consolidado el sistema binominal que excluye casi toda posibilidad de un triunfo desde fuera de las dos grandes alianzas. Sistema monocorde que, asociado a los acuerdos de los grandes bloques para definir candidatos «privilegiados», resta competencia al sistema y termina por estimular la abstención a grados inauditos.



Pocos han reconocido estos días que el sistema de representación que tan eficientemente funcionó durante la década pasada ya está en una severa crisis. Los jóvenes no se inscriben, los vocales no constituyen las mesas, los electores no son motivados, etc.



Diez años de democracia no han contribuido a hacer los municipios más transparentes ni más participativos. Diez años de democracia no han consolidado ni los partidos políticos ni las instituciones representativas, como el Parlamento. Ambas instituciones están entre las de más baja evaluación por las personas.



De nada sirve en esta hora disputar quién sacó más o menos, según cuál sea la base de medición. Estamos ante un cierto empate de votos, con leve tendencia a favor de la Concertación, pero en medio de un enorme hastío electoral y con grandes demandas de participación insatisfechas.



Ese es el verdadero sentido de estas elecciones. Y sólo los alcaldes que lo entiendan así, cualquiera sea su adscripción política, habrán hecho una contribución a la consolidación de la democracia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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