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Carreras sin biografía


Es visible, en una de las ciudades de Santiago -la Santiago-satélite, aquella conectada de manera convulsiva con la premura de los productos globalizados, con el disparado marcapaso que es el suyo- la carrera de los cuerpos por construir, armar, condensar, completar su carrera.



Se atropellan vehículos, máquinas y peatones arrastrados por los ya aguardados destinos (el título cinematográfico «Busco mi destino» -traducción a nuestra lengua de «Easy Rider»- ¿sería una oración, una atmósfera, propia de los años sesenta y propia del impropio, derrochado, tiempo de los jóvenes?) mientras los canales de comunicación instantánea trasladan y hacen correr las hojas de vida de estos mismos cuerpos.



¿Dónde permanecen las biografías? ¿Qué fue de las formas singulares de resolver una vida (suponiendo que pueda hacerse de ella, en cierta forma, una obra), de encarar la historia (dejarse arrollar, interrogar, atravesar por los acontecimientos), de fabricar historia (imprimir algo de aquella marca singular en los acontecimientos)? En la Santiago veloz, fastidiada por la memoria, toda huella huele mal.



Tal vez, acosados por la prohibida memoria, se haya encontrado un modo sutil de mercantilizar la propia memoria, extrayendo de ella plusvalías que van a alimentar lo que hoy reemplaza una biografía: el C.V., el Curriculum Vitae. Las trazas históricas valen sólo en tanto acumulación, no de saber, sino de expertisia.



En tanto traducción -traición- de un trozo de vida (con el tumulto que le suponemos), el Curriculum debe responder a los duros requerimientos de la lengua que imponen los mercados: apretado relato para conformar, no una semblanza, sino un perfil (nuevamente Taylor: la persona adecuada, en el lugar adecuado).



El lenguaje que construimos como común habla a menudo más allá de nosotros; si en décadas anteriores circulaba la preocupación por las asignaciones simbólicas de espacios y lugares en expresiones como rayado de cancha, estar en corral ajeno, hoy se enfatiza subir o bajar el perfil, calificar, descalificar o sobrecalificar. Es cierto que la biografía se pareció durante largos años a una trayectoria: ella suponía, tal vez, la posibilidad de lectura unívoca, lineal, más coherente que consistente, de un itinerario.



También es cierto que en nuestra sociedad profundamente marcada por las diferencias de clase, el advenimiento del Curriculum introduce la posibilidad de prácticas más democráticas, más igualitarias, en la medida que ciertos criterios explícitos puedan hacer comparables las carreras. Pero es otro algo que queda fuera.



Un algo que dice a un alguien, a una alguna («alguno», «algunas», «alguna», escribe Juan Rulfo, es la conjugación del verbo «algunar»). Algo de los embates, del error, de lo fallido que cruza una vida singular. De la obsesión, de lo explorado, de lo conocido. Los pedazos de vida que en aquel conocimiento fueron perdidos (tan distantes de la noción de ganancia).



Y mientras el orden del Curriculum intercepta las pasiones, dictándoles sutiles modelizaciones para caber en un lugar, para calzar desde ya con el perfil de plazas y vacantes, las grandes empresas editoriales (argumentan ellas, rechazando exploraciones literarias) dicen deber responder a la masiva demanda del público por biografías noveladas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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