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El fin del «vale otro»


Cuando éramos chicos, soñábamos con sacar «vale otro» en el palito del helado. Era, admitámoslo, una verdadera voluptuosidad egoista: sin concursos ni sorteos, íbamos a la misma tienda donde habíamos comprado y con una sonrisa triunfal entregábamos nuestro palito premiado diciendo: «Ä„Vale otroÄ„».



En el fondo sabíamos que esa suerte no iba a ser eterna y, aunque
esperábamos con ansia leer el palito del nuevo helado, pocas veces en nuestra corta vida infantil logramos sacar dos veces seguidas el mítico «vale otro».



La Concertación, en cambio, ha gozado desde que nació del inefable «vale otro» electoral y se ha ido acostumbrando a que sus dirigentes -alcaldes, senadores, diputados, embajadores, presidentes de empresas públicas, ministros, etc- se mantengan siempre con un helado en la mano.



Esto la ha convertido en la alianza conservadora por excelencia. ¿Para qué van a querer cambiar si las cosas se les han dado tan bien?



Si uno mira las municipalidades que más dramáticamente cambiaron su signo el pasado domingo, verá que la mayoría son de carácter urbano y moderno, populoso y aspiracional, mientras que las que siguieron fieles a la Concertación, en general, son las rurales o alejadas de la modernidad.



Preocupada de administrar el poder, la Concertación se olvidó del efecto «zapping»: a la gente le gusta cambiar de canal por el puro gusto. Como dijo una peluquera de La Florida: «Llevamos demasiado tiempo con un mismo gallo; vamos a ver qué nos ofrece el otro: si me arrepiento, en cuatro años más vuelvo a cambiarlo».



Demasiados alcaldes de la Concertación creían que la promoción del «vale otro» iba a durar por siempre. Y actuaban en consecuencia, como un niño con un helado eterno. Hasta que se les acabó el sueño sin saber por donde cambió la suerte.



Si este remezón sirve para remecer los liderazgos de la Concertación, si opera como un tónico de realidad para dirigentes adormecidos por demasiados años de salones y cocteles, entonces habrá futuro para esta alianza histórica que hoy dirige el Presidente Lagos.



Habrá que dar paso a la «renovación de los liderazgos», con una mirada a cuatro o cinco años plazo, actuando de modo brutal con quienes no aceptan perder el poder de las viejas máquinas electorales. Si no lo hacen quienes pueden hacerlo ahora en la Concertación, lo harán los votos de manera aún más brutal.



La derecha, en tanto, puede ufanarse ahora de haberle arrebatado el helado a la Concertación, pero enfrenta el mismo peligro que sus antecesores en las alcaldías.



Está en los genes políticos de la derecha el desprecio a la alternancia en el poder y durante demasiados años sus dirigentes profitaron del «vale otro» sin siquiera poner en riesgo el helado cada cuatro o seis años.



La «generación Lavín» ha indicado un camino nuevo, pero la derecha todavía está marcada por los Cardemil, Diez o Novoa.



Hombres de otra estirpe, que tarde o temprano terminarán enfrentándose a este grupo de nuevos fundamentalistas impetuosos y arrogantes.



El fin de la era del vale otro y su reemplazo por la cultura del zapping permanente marcan un verdadero cambio sociológico en los votantes. Ya nadie debe darse por seguro y cada elecciňn costará sangre, sudor y lágrimas. Si antes el poder de los «incumbentes» era casi incontrarrestable, el nuevo siglo ha venido a remecer las antiguas convenciones.



Todavía hay helados, pero se me ocurre que se acabó la promoción del «vale otro».

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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