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El mundo al revés


La situación planteada por ciertos sectores, respecto al enjuiciamiento de algunos militares, me recuerda un viejo chiste que puede que no sea muy bueno, pero me parece que viene al caso.



Se cuenta que un hombre va a un restaurante, cuyo rótulo decía: «El restaurante al revés». Sin reparar en ese detalle, se sentó a la mesa que estaba desocupada, a la que acudió un solícito mozo. Éste le ofreció té o café, para servirse; el cliente optó por lo último. Al rato le trajo una taza de té. Dejando pasar el desaguisado, pidió algo para comer. Le ofrecieron un sándwich de jamón o de queso. Pidió éste último. Le trajeron uno de jamón. A esta altura, decidió reclamar, ya que le habían traído exactamente lo contrario que había pedido.



Entonces, el amable mozo le dijo: «Perdone, pero parece que usted no se fijó en el nombre del local. Este es «el restaurante al revés», por lo que le sirven lo contrario de lo que usted pida». El cliente respondió, enojado: «Entonces, quiere decir que el infeliz, desgraciado, soy yo».



Algo de esto, me parece, que está ocurriendo cuando en la prensa que se precia de tener muy buena información de esos círculos, publica que existe inquietud entre los militares, porque se ha solicitado la extradición de Pinochet y otros altos oficiales, por el asesinato del ex comandante en jefe del Ejército, Carlos Prats y su esposa, o se encausa como encubridor al ex auditor general del Ejército, Fernando Torres, por el también cobarde asesinato del dirigente sindical, Tucapel Jiménez.



Lo extraño de la situación es que la inquietud sería por las medidas judiciales decretadas contra Pinochet, Torres y los demás, en circunstancias que lo explicable sería que esa inquietud fuera porque tan altos ex oficiales se encuentran comprometidos en actos criminales. Es decir, «el mundo (restaurante) al revés».



Es difícil para un simple civil, como yo, comprender esta lógica militar. Si yo lo fuera y, aún más, si tuviera una responsabilidad institucional, en el caso del asesinato del ex comandante en jefe y su señora, estaría, desde hace mucho tiempo haciendo todos los esfuerzos por conocer quiénes fueron los responsables de tan salvaje crimen y jamás me habría puesto, ni por un segundo, en la defensa de sus eventuales victimarios.



Ahora, si entre ellos estuviera otro ex comandante en jefe y otros altos oficiales, creo que sería el momento de reflexionar no sólo sobre este hecho criminal, sino que también sobre otros que ocurrieron en el período que aquellos tuvieron el mando de la institución y del país.



El objetivo de esta reflexión debiera ser: ¿cómo personas vinculadas a hechos criminales, de esta naturaleza, pudieron estar a cargo del Ejército y del país? A partir de eso, tomar las medidas para que eso no pueda ocurrir nunca más en el futuro. Pienso yo.



Me surge, además, otra interrogante. ¿Qué habría pasado si en el atentado que sufrió el general Pinochet hubiera habido altos oficiales comprometidos? ¿También se le habría proporcionado ayuda jurídica y solidaridad institucional? En mi modesta opinión, creo que no. Por eso no me calza una actitud tan distinta en el caso del general Prats.



Otro tanto me ocurre en el caso de Torres. Si estuviera en la misma situación que describí anteriormente, estaría espantado ante los antecedentes que indican que el auditor general de mi institución, en vez de perseguir la responsabilidad de quiénes aparecen comprometidos en tan horrible crimen, los instruyó para que la eludieran y que, en un caso, proporcionó los medios para que huyera quien, ahora, se confiesa como autor material del asesinato.



Pero hay más. Luego, con todo desparpajo este «personaje» -el auditor- iba a ocupar un lugar en el más alto tribunal del país, para juzgar a los implicados en esos mismos hechos. A los que había otorgado protección o, en lenguaje jurídico, los había encubierto.



Reitero que me encuentro desconcertado ante la reacción que se le atribuyen a algunos militares ante estos hechos condenables, pero debo admitir que, al igual que el cliente del chiste, puede que no haya entendido de qué se trata. A lo mejor, el desubicado soy yo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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