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Hablar de revolución


La derrota categórica ante Argentina -por el resultado, el juego y la actitud- ya ha dado pasto para que se hable no tanto de la salida del entrenador de la selección de fútbol, Nelson Acosta, sino de la necesidad de reformular todo, de partir de cero, de hacer cirugía mayor.



Los chilenos somos así. Días antes del partido, el ambiente era de un injustificado optimismo (casi como en las horas previas al partido de ida en Buenos Aires, finalizado con otra derrota categórica por cuatro a uno), y se enumeraban las razones: los argentinos con seis titulares menos y Chile con la necesidad imperiosa de ganar. Como si lo último bastara. No bastó y aquí estamos: descabezando todo, exigiendo la revolución en el fútbol, cuando demandar revoluciones es cosa demodé.



Entonces, lo primero es cambiar al entrenador. Después, deshacerse de buena parte de los jugadores. Y la yapa: jugar como nunca se ha hecho, agresivamente, »a la argentina», con esa disposición que aquí no se ve y que se hizo patente, justamente, el miércoles pasado.



En la Concertación, nadie lo duda, hay mucho futbolero. Cómo no olvidar esa comparsa de parlamentarios acompañando a Colo-Colo cuando salió campeón de la Copa Libertadores, el 91. Algarabía y usufructo del poder, arrellanar las posaderas en los asientos del Estadio Nacional, sobajear las buenas relaciones y despacharse la mesa bien servida. ¿Y la gente? Bueno, mirando, de espectadores, supuestamente gozando con el gozo de quienes la representaban, porque la envidia o la reserva frente a la ostentación de los privilegios del poder es cosa de chaqueteros y, lo sabemos, el chaqueteo está en nuestra alma patria.



Ahora, con la Alianza por Chile haciendo sentir su resuello en el cogote de la Concertación, y preservada su mayoría en las últimas elecciones municipales, el oficialismo tiene una pausa -breve- para meditar. No son pocos los que hablan de hacer cambios drásticos, de reformular y hasta refundar la coalición de gobierno. De lejos, parecería exagerado, si en esos reclamos por una cirujía mayor no hubiese una denuncia al apoltronamiento de tantos, una queja contra esos que tiene las butacas del Estadio Nacional adheridas a sus nalgas, que lucen abdómenes hinchados después de 10 años de tanto cóctel y vino fino y que cuando se les consulta por el sentido de detendar el poder, de para qué ejercerlo, responden -no responden- diciendo que esas son preguntas «antiguas», que ese tipo de interrogante sí que es demodé. Y uno sueña, entonces, con una ola gigantesca que barra todo, que los arranque de sus butacas y los devuelva al hambre, para que al menos la gente los sienta más próximos: en la desdicha, en la cesantía, en las tribulaciones del hombre común y no en la duda metafísica de la elección de la corbata, ciertamente de seda, de esa jornada.



Y como las cosas antiguas, demodés, a veces también sirven, es bueno volver a formular la pregunta -a todos, oficialistas y opositores- que a algunos tanto incomoda: ¿para qué quieren el poder? ¿Qué pretenden hacer con él?


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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