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Los tercios de Lagos


Comenzaré explicando mi larga ausencia de estas páginas (electrónicas): una ONG reciclada como centro de capacitación me invitó a reflexionar sobre la necesidad de refundar la Concertación, reencantar la política con nuestros sueños y asumir el desgaste de diez años en el gobierno, rearticulándonos sobre la base de un proyecto potente, capaz de diferenciarnos con nitidez de la derecha lavinista.



La idea era debatir en la tranquilidad de un pequeño balneario de la costa central cada propuesta que surgiera de los dirigentes concertacionistas, ya sea en la forma de documento, artículo de opinión o entrevista de prensa. Incluso, se hacía una síntesis en power-point con las principales tesis de cada prócer del oficialismo.



Hubo días de expectación. Ansiedad nos provocaba el suspenso en que nos mantenían Ominami y Joignant. Pasábamos la angustia guitarreando en la playa. Una asistente social tiraba el Tarot con cierto talento y para los más pragmáticos, el contador auditor de la OTIC desarrollaba proyecciones electorales y análisis, para explicarnos por qué en las municipales sacamos el 52%; la derecha, el 40%, y para la prensa, la Alianza por Chile y casi todos los analistas, perdimos.



Yo era uno de los pocos que me aferraba al 52% y los trataba de convencer de que no había que comparar los resultados con las municipales de hace cuatro años, sino con las presidenciales de hace nueve meses, porque si bien una elección comunal tiene características particulares que se deben tener en cuenta a la hora de superponer cifras, precísamente en el tiempo transcurrido está la base de nuestro análisis y es la variable más importante, pues se trata de contrastar una «foto» con otra tomada en otro tiempo, en otras circunstancias. O sea, más importante que el encuadre son las proporciones de lo que tenemos al frente.



En 1996 no había crisis económica ni desempleo, hacía apenas un año y medio que gobernaba un Presidente elegido por la más alta mayoría registrada en la historia y salvo la votación del mismo Eduardo Frei Ruiz Tagle en 1993, nunca la Concertación ha sacado más que el 56% y fracción alcanzado en aquellas municipales.



El contador auditor me preguntaba entonces por qué la prensa insistía en comparar municipales con municipales. Le contesté lo mismo que me había dicho una respetada editora: «No se pueden mezclar peras con manzanas, las municipales son las municipales y las presidenciales en segunda vuelta sólo podrán compararse, en rigor, con otras presidenciales en segunda vuelta».



«Con todo respeto -me dijo el contador- pero, ¿no ha pensado tu colega que el tiempo puede echar a perder las peras o las manzanas?… Yo estoy contento, porque temí empatar de nuevo. No sucedió, les ganamos otra vez en votos, pero aquí estamos… esperando a Ominami».



Su sentido común me conmovió



Salió el documento de Ominami y Joignant. Llegué atrasado a la reunión de análisis y el contador me hizo un resumen: «Si seguimos como estamos, desaparecemos y gobernará la derecha. Para evitarlo, hay que revivir los tres tercios, desempolvar el mapa de la América morena con el hacha, también la falange y los manchones de pintura del PPD. Unidad en la diversidad, pero con identidad, a la italiana, porque sólo así se superan crisis tan graves, gatilladas por la corrupción, la pérdida de los sueños y otros síntomas de degradación en el ejercicio del poder.



«¿Y los cinco años de gobierno que quedan por delante? – le contesté-, pero el contador se encogió de hombros y me sorprendió con un recorte de «La Segunda», donde Guido Girardi esquiva el mea culpa por la indisciplina electoral con una declaración estratégica: la alternancia en el poder, o sea, la pérdida de muchas alcaldías por problemas de competencia interna e incluso la entrega de la Presidencia a Lavín lo tienen sin cuidado, porque él está trabajando con un horizonte de diez o quince años, para el PPD del Bicentenario.



Con poca diferencia de tiempo se recibió el planteamiento del presidente de la Cámara de Diputados, Víctor Barrueto: su enérgico llamado de atención y su advertencia sobre los autocomplacientes, que invocaban el 52% para eludir la imprescindible refundación de la alianza, me dejaron en vergüenza.



La pista se me puso pesada, pero afortunadamente ya se habían terminado los días administrativos pendientes y tuve que volver a trabajar. La OTIC en pleno y varios invitados se quedaron una semana más debatiendo, porque iban a editar un cuaderno de reflexión.



De regreso a Santiago, recupero el talante porque creo ver en varias reacciones a las tesis de noviembre de Ominami y Joignant el perfilamiento de una trasversalidad concertacionista que asegura al menos una dotación aceptable de cuadros dirigentes convencidos de que la prioridad de hoy es gobernar y hacerlo bien. Además, leo en algunos análisis periodísticos que Lagos desea encabezar la próxima campaña parlamentaria. Se me ocurre la consigna: un Congreso para Lagos. Bastante poco original, pero no encuentro nada mejor para insistir con mi urgencia: gobernar bien.



Porque es falso que la derecha quiera el éxito de Lagos, pues sabe que una tercera administración concertacionista con grandes logros y políticas efectivas hará que se reproduzca otra vez, en la victoria electoral, la alianza gobernante entre socialistas, demócrata cristianos, radicales y liberales progresistas, con una participación cada vez más amplia de nuevos y viejos electores que sólo reconocen preferencia por la mezcla, el todo, sin mayor predilección por ninguno de los componentes.



En resumen, el éxito de Lagos es la ruina de Lavín. A la derecha no la derrotará una refundación ideológica, sino un buen gobierno.



Rasgando vestiduras



Vuelvo la mirada hacia el Presidente y me sorprende: recibe en La Moneda al general Hernán Ramírez Hald y elogia su actitud de retirarse un mes antes para no involucrar al Ejército en su procesamiento como cómplice en el homicidio de Tucapel Jiménez y Lagos, en su condición de Jefe de Estado y mando supremo de las Fuerzas Armadas, recuerda el precepto evangélico: «Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Demás está decir que la parte de César le corresponde a él y la de Dios, al ministro Sergio Muñoz.



Veo venir un temporal, pero mis expectivas son muy superiores a lo que realmente pasa: los diputados DC Rodolfo Seguel y María Rozas se declaran sentidos; la presidenta de la AFDD, Viviana Díaz (PC), percibe que se está favoreciendo a los violadores de derechos humanos; Gladys Marín, secretaria general del PC, dice algo parecido y denuncia una nueva operación impunidad; Mireya García, vicepresidenta de la AFDD, lleva a La Moneda a los familiares de un detenido desaparecido que fue, al menos, interrogado por Ramírez Hald. Los abogados de derechos humanos critican, pero no rasgan vestiduras como Seguel. La familia de Tucapel se declara indignada y confundida, pero luego de hablar por teléfono con el Presidente, Tucapel hijo dice entender y confiar en las intenciones del Presidente, aunque sigue discrepando del gesto.



Ayer, después de la Liturgia de Purificación de la Memoria, el Presidente Ricardo Lagos y el Arzobispo Francisco Javier Errázuriz proclamaron el tiempo del perdón, la hora de la reconciliación. Nadie podría imaginar que esto se quedará así. Vendrán convocatorias y desafíos políticos ineludibles que pondrán a prueba a la Concertación al corto plazo, a los dos tercios, especialmente al Partido Socialista y a algunos DC.



¿Serán capaces de impulsar una política de derechos humanos concertacionista, autónoma del PC? ¿Ominami se sumará o sacará el hacha u otra cosa peor para perfilar el tercio izquierdista, bloquear cualquier posibilidad de acuerdo y lograr un entendimiento electoral con el PC? ¿Endurecerán hasta el imposible la aspiración de justicia para girar eternamente a cuenta de la utopía, los ideales y los sueños, del dolor propio y ajeno, poniendo en riesgo el liderazgo de Lagos?



Llegó un momento de definiciones: o se gobierna o se lucha por los sueños, porque ambas cosas, la verdad, no tienen mucho que ver.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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