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La buena educación


La semana pasada, una importante delegación de la región italiana del Veneto visitó Chile. Pasaron por acá empresarios y autoridades políticas regionales. El Veneto no es cualquier cosa: es la segunda región en importancia económica de Italia, y para graficar su peso, baste señalar que su Producto Interno Bruto es similar al de Portugal y Grecia, pero sumados.



Lo que venía a ofrecer esa delegación era oportunidad de negocios. Aportar conocimientos y tecnologías para asociarse. Ellos son expertos en un tipo de industrialización pequeña y mediana, altamente efectiva.



Pero vayamos viendo. Una reunión que tenían programada con un ministro se canceló apenas el día anterior. Otra, con otro funcionario, también fue cancelada, cuando los italianos llegaron a la cita. Sí, ahí mismo.



En cambio, en Argentina, a esa misma delegación le habían preparado una feria a todo trapo. Se los pelearon.



Fue después de Buenos Aires que desembarcaron en Santiago. No dijeron nada. O sea -caballerosos, ellos- no hicieron comparaciones y, por el contrario, reafirmaron su interés es establecer alianzas, negocios, tratos con Chile, país al que, entre otras cosas, calificaron de »honesto».



Podríamos precisar: maleducado, pero honesto.



Sería bueno reflexionar sobre el valor de la honestidad en los negocios y, también, revisar cuán honestos estamos siendo. Si ese es un valor que se calibra a la hora de generar confianzas para establecer relaciones -en este caso, comerciales-, habría que, desde ya, hacer la lista de las cosas que perjudican la imagen en ese ámbito. Por cierto, la corrupción. También, el no respetar los tratos. ¿Pero una autoridad que cancela citas a visitantes que vienen del otro lado del mundo, qué señal está dando? ¿No pone en duda, de paso, ligeramente, su promesa de cumplir los tratos? A veces, en esos pequeños actos, circunstanciales, incluso justificados, se juega la suerte de una empresa mayor. Por lo menos habría que dar explicaciones, no excusas. Explicaciones que sean de tal contundencia (y acompañadas por la renovación de los propósitos puestos en duda) que al menos nos salven de la sospecha de ser simples maleducados. Porque no se pueden hacer negocios duraderos con gente así. Muchas veces los maleducados son también deshonestos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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