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El ascenso de la mujer y el descenso de la familia


John Naisbitt, que en 1982 en su obra Megatrends descubrió y anticipó las tendencias que perfilarían al mundo en el último cuarto del siglo 20, en 1990 publicó la segunda versión de su obra, esta vez bajo el título Megatrends 2000. En ella introdujo como una tendencia del mundo del futuro la que calificó como «el decenio del liderazgo femenino».



Naisbitt asume que tal liderazgo, iniciado en el ámbito de la empresa, será un fenómeno crecientemente general. Para él la razón es muy simple: en la sociedad industrial el prototipo del trabajador era el hombre, pero en la sociedad del conocimiento el prototipo del trabajador es la mujer.



La evidencia que avala su afirmación es fuerte. De hecho, desde la década de los ’80, en los Estados Unidos y la mayoría de las naciones más avanzadas, las mujeres dejaron de ser minoría en la fuerza de trabajo. En términos generales el porcentaje de la fuerza laboral femenina respecto del total es del orden del 50%, en tanto que en Chile dicha tasa aún gira en torno al 35%, promedio similar al del resto de América Latina.



El punto central del argumento de Naisbitt es otro y apunta más a lo cualitativo que a lo cuantitativo: dos tercios de los nuevos puestos de trabajo vinculados a áreas del conocimiento, información y servicios han sido acaparados por las mujeres.



Lo anterior se puede graficar en una frase: nunca antes en la historia de la humanidad las mujeres fueron tan libres, independientes, educadas, cultas, trabajadoras y económicamente autosuficientes. Pero también se puede agregar otra: nunca antes la familia tradicional denominada «nuclear» (padre y madre viviendo juntos y criando hijos comunes) había atravesado por una crisis tan profunda.



El descenso de la familia



La revista The Economist, que ha mantenido una permanente preocupación por estas materias, hace 5 años dedicó una edición mensual al tema. El título de la portada era elocuente: «La familia en desaparición». La publicación afirmaba que «en muchos países ricos, especialmente en Gran Bretaña y Estados Unidos, el miedo hacia el derrumbe de la familia se ha convertido en obsesión. Todos los días relatos y estadísticas confirman que el matrimonio está en declinación terminal, que los niños están siendo criados, cada vez más, sólo por sus madres y que como resultado de todo ésto la sociedad está siendo afectada por un proceso de desintegración».



En la actualidad existen antecedentes sólidos para compartir el diagnóstico crítico del estado de la familia tradicional.



En primer lugar, en la mayoría de los países del mundo las tasas de divorcio han aumentado enormemente en los últimos treinta años. Por razones obvias en Chile no hay cifras de divorcio, pero el porcentaje de nulidades matrimoniales exhibe un contínuo ascenso: pasó de 36 por cada mil matrimonios en 1980 a 85 por cada mil en 1998. A lo anterior, debe sumarse el hecho que en el decenio 1988-1998 se observa un franco descenso en el número de matrimonios, con 103.000 como valor máximo para culminar en aproximadamente 73.450 el año 1998.



En segundo lugar, el porcentaje de hijos nacidos fuera del matrimonio también ha crecido. En 1960 éste era, el 10% en Suecia, el 6% en Francia, el 4% en Gran Bretaña y una cifra similar en Estados Unidos, Canadá, Australia y Alemania. Algo más de 30 años después, el porcentaje era el 50% en Suecia, el 31% en Francia, el 30% en Gran Bretaña y, respectivamente, el 30%, 28%, 26% y 15% en Estados Unidos, Canadá, Australia y Alemania.



En nuestro país, el aumento de las tasas de nacimientos ilegítimos (hoy llamados extramatrimoniales) es impresionante. En 1995 el 41% de los 275 mil nacimientos fueron ilegítimos; en 1996 esa realidad tocó al 42% de los 268 mil nacimientos; en 1997 lo fue el 44% de los 261 mil nacimientos y en 1998 el porcentaje alcanzó al 46% de los 256 mil nacimientos.



En tercer lugar, al número de familias a cargo de las madres, en que el rol de jefe de hogar lo cumple la mujer por falta, ausencia o abandono del marido, también se ha disparado.



Estas familias monoparentales eran en 1981 el 20% en Estados Unidos, el 14% en Gran Bretaña y el 13% en Australia. Diez años después, eran del 25% en Estados Unidos, del 21% en Gran Bretaña y del 18% en Australia.



¿Qué decir de Chile? En nuestro país uno de cada cuatro hogares tiene a una mujer como la responsable directa de la mantención del hogar y el cuidado de los hijos.



Si los números no mienten, el mundo de hoy, particularmente el económicamente más desarrollado, asiste a una desintegración objetiva de la familia tradicional. Es imposible afirmar lo contrario.



Responsabilidades y víctimas



Nada de lo anterior es imputable a las mujeres. En el gigantesco y acelerado proceso de cambios que han provocado estos fenómenos hay diversos factores y en ninguno de ellos es posible asignar culpabilidad a las mujeres.



De partida, y para centrarnos en aquel elemento habitualmente signado como fundamental, desde la segunda guerra mundial, las economías requirieron y demandaron la incorporación masiva de la mano de obra femenina. Al mismo tiempo, el avance cultural fue dejando atrás discriminaciones inauditas hacia la mujer y abriéndoles legítimos espacios de superación y crecimiento personal y profesional en todos los ámbitos. Desde otro lado hay que consignar que el medio ha contribuido al debilitamiento de la institución familiar. La propia sociedad como tal, en muchos aspectos, hoy, es hostil a la familia y, particularmente, es beligerante con las posibilidades de una vida en familia.



En rigor las mujeres no sólo no son las culpables de este cambio, sino sus principales víctimas. Las nuevas responsabilidades y exigencias que para ellas ha traído su mejor incorporación a la sociedad, no las ha eximido -ni siquiera ha atenuado- ninguna de sus responsabilidades y obligaciones anteriores, en particular, las de seguir siendo la columna vertebral y el eje de la estructura familiar.



* Directora del Instituto Libertad

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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