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La energía y los dramas de Chile


Ha subido recientemente el precio de la locomoción colectiva, en medio de un periodo restrictivo para Chile y atravesados por la crisis internacional del petróleo. Enterándose de lo duro que es para miles de familias enfrentarse de esta noticia, resulta pertinente una mirada crítica a la estructura energética de nuestro país. El crecimiento económico de la pasada década no fue obra del azar, sino que se sustentó, entre otras cosas, en un gran insumo de energía que se ha expandido rápidamente en los últimos años, aunque no necesariamente de manera eficiente ni sustentable.



En Chile, el 50 por ciento de la energía que se utiliza la suministra el petróleo, del cual el 95 por ciento es importado y un 20 por ciento proviene de la leña, fundamentalmente extraída del bosque nativo. Sólo un 8 por ciento es hidroelectricidad. De estas cifras surgen inmediatamente dos lecciones: una dependencia estructural ante cualquier variación internacional en los precios del crudo y la importancia del uso de la leña como energía primaria.



El consumo que las familias hacen de este combustible genera severos problemas de polución de aire dentro y fuera de las casas y se estima que afecta a un 40% de la población, principalmente en zonas pobres rurales y urbanas. Se trata de una constatación que puede sorprender, a la luz de nuestras pretensiones como nación emergente, de situarnos en el concierto de los grandes y alcanzar un nivel de desarrollo superior al llegar al bicentenario.



Respecto a la energía eléctrica, sólo un 40 por ciento se produce como hidroelectricidad y el resto se genera con petróleo, carbón y leña. En consecuencia, contrariamente a la idea de la eficiencia ecológica de la electricidad, en Chile el 60 por ciento de esta energía produce contaminación por la quema de combustibles. Peor aún, hoy se pretende insistir en ella a través de megaproyectos que usarían petcoke en el norte del país, situación que la Conama ha rechazado en todos los tonos.



Por otra parte, los recursos energéticos renovables y no convencionales (biogas, energía eólica, energía solar y geotérmica) no juegan un rol significativo, aunque tienen un gran potencial de desarrollo y podrían entrar a competir con los actuales sistemas de generación. Aunque algunos poblados del norte han detenido la erosión al reemplazar la leña por la energía solar, este tipo de intentos no llega siquiera a la mitad del uno por ciento del total de usos energéticos en el país. Esto, a pesar de que se estima que desde el punto de vista técnico y comercial, sería posible reemplazar fácilmente hasta un 25% de la energía convencional por energía renovable.



Si se consideran las tecnologías de punta, sería posible pensar en un reemplazo cercano al 60 por ciento. Nuestro país, con un extenso desierto, posee una posición privilegiada en la captura de energía solar que se puede transportar por el sistema interconectado. Sin embargo, ningún progreso se ve al respecto y se prefiere insistir en la construcción de grandes centrales hidroeléctricas, como Ralco, o termoeléctricas con uso de petcoke. He aquí un claro síntoma de mínima creatividad e innovación, concebida por quienes dejan en cada desarrollo una estela de contaminación y daño a la salud de las personas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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