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Fin de Semana Largo


Tema de preocupación: las mareas. Instalados en una desembocadura de río -y con luna casi llena, más encima- el día, indefectiblemente, está marcado por las altas y las bajas mareas.



Cuatro movimientos diarios, con el río llenándose, e inundando las playas, o vaciándose, con un aceleramiento de la corriente. Flujo y reflujo. Y una nueva percepción de la alerta. La vida discurre marcada por las aguas y el sol, también el viento, porque cuando sopla fuerte cambia el curso de lo cotidiano.



Los fines de semana largos permiten eso: volver a medir el tiempo con otros ojos, y conversar de cosas simples, finalmente más sustanciales.



El único momento en que algo se habló de política fue durante una larga caminata, río arriba. El tema fue para llenar el rato, como al pasar. En el fondo, la idea era hablar de algo banal, sin importancia, porque la atención estaba puesta en otra cosa: otear el río por si los excursionistas, cuya tardanza ya preocupaba, aparecían en un recodo, sobre el bote, antes que se fuera la luz y asomaran los mosquitos. Después, remar río abajo, todos arriba del bote, adivinar los bajos y embocarle a los cauces gruesos, para no quedar embancados.



Desde esa distancia anímica, pensar en ministros, parlamentarios o dirigentes partidarios es simplemente un exabrupto, una desvergüenza, una cosa de mal gusto. Es cierto que acercándose uno a Santiago el caos del tráfico, las muestras repetidas en tantos vehículos de conducción agresiva e impertinente, reacomodan el norte de la vida diaria, esa tan copada por discursos repetidos, rencillas banales frente a las cámaras de televisión mientras en los comedores se termina brindando.



Uno se pregunta cómo serán los fines de semana largos de los políticos. ¿Se dedicarán a afilar la estaca que les dé una columna de cinco centímetros en el diario o se detienen a observar la puesta de sol? ¿Revisan en el diccionario de sinónimos los términos para aplastar al adversario en la hora de incidentes o se sumergen en una buena novela?



Los lunes que siguen a los fines de semana largos son como los de hoy. Uno esperaría un remanso, un sosiego ligeramente sabio en la maraña noticiosa, algún indicio de que nuestros muchachos de la primera línea de fuego mediática han oxigenado el cerebro, pero la realidad es simplemente decepcionante. Uno volverá a hablar de Pinochet, quizás de su ciática y de esos lapsos de memoria que son como hoyos negros en la historia de Chile. Una suerte de tarascones en la vida de la nación, por el que se escurren acontecimientos y -lo grave- la vida de algunos.



Tal vez en su ocaso, el ex dictador ya no puede darse cuenta que está viviendo un fin de semana largo y perpetuo. Quizás no atina a ver lo maravilloso que eso podría llegar a ser. Si se diera cuenta, enviaría un mensaje dulzón, nacido de la observación del flujo de las mareas y no seguiría machacando, a través de sus voceros, con tanta palabrería oscura. En una de esas, él sí está entregado a la observación de las abejas libando las flores de su jardín, pero sus acólitos ven en ello una suerte de renuncia, un flaquear de su estampa, una grieta en su obra y su imagen, en vez de descubrir que en ese reacomodo de su foco está ese pedacito de humanidad que ya nadie reconoce desde hace tantos años.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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