Publicidad

Hombres monos


Cuando vi la noticia de Eusebio, el chimpancé estresado y deprimido al que mandaron de regreso al África, tuve al menos una luz de esperanza. Trabajo en una oficina infernal, en la que todos son enemigos de todos; en la que circulan tantas amenazas de cierre, reducción o fusión, que cada cual para salvarse es capaz de traicionar hasta a su propia madre. Tampoco nos falta un jefe neurótico, inseguro, endeudado y tan irritable que hace berrinches por cualquier cosa.



Recorté la noticia que salió en el diario y puse en acción mi plan al día siguiente. Me conseguí videos sobre la vida de los chimpancés, e intenté imitar sus movimientos, sus gruñidos y sus gestos. Después me fabriqué un disfraz y una máscara. Quedé convertido en un mono casi perfecto. Un lunes memorable, después de haber practicado todo el fin de semana las formas de rascarse, de comer, de orinar y de acostarse de los chimpancés, en vez de tomar el camino de siempre hacia la maldita oficina, me fui al zoológico.



No pude ni siquiera acercarme a la puerta. En el zoo esperaba una larga fila de monos, que bajaba el camino del cerro hasta llenar las calles aledañas del barrio Bellavista. Algunos estaban disfrazados en forma burda: con pelos de acrílico o de güaipe pegoteados a al pellejo, con narices amarradas con elásticos a la nuca.



Se informó por la radio que desde todos los barrios, columnas de primates seguían intentando llegar al cerro San Cristóbal, viajando en micro, en monopatín, en auto, motos o bicicletas.



El director del Zoo habló por cadena nacional. «Desde hace algunas semanas estamos enviando monos estresados al Africa, Brasil y otros países tropicales», dijo. Pero gracias a la pericia de nuestros veterinarios hemos detectado la estafa: oficinistas, taxistas, profesionales subempleados o cesantes, se hacen pasar por primates. Este es uno de los más grandes fraudes al fisco que se han perpetrado en la historia del país, y el Consejo de Defensa del Estado perseguirá hasta las últimas consecuencias a los responsables.



– Entendemos que hay muchos santiaguinos estresados – agregó el director -. Pero de ese tipo de problemas tiene que hacerse cargo el sistema de salud que atiende a los humanos, y no el zoológico con su exiguo presupuesto.



Los hombres monos nos dirigimos en masa entonces a las Isapres a exigir soluciones. Ante la presión, casi todos los empleados de las Isapres optaron por vestirse de monos y unirse a nosotros.



Les tocó el turno, entonces, a los encargados del sistema de salud, de dirigirse a la nación. Dijeron que las Isapres estaban sobrepasadas: «Entiendan que el sistema es para la gente sana, que paga sus cotizaciones sin enfermarse muy a menudo. Los afiliados deben ingresar más dinero del que retiran, de lo contrario el asunto no es negocio y mejor nos dedicamos a vender papas fritas. Por último, todas estas personas que están golpeando nuestras puertas, por una opción propia han decidido convertirse en animales y el sistema no contempla prestaciones veterinarias».



Mientras los terapeutas buscaban en Internet literatura científica sobre el problema, la animalización siguió cundiendo en la ciudad. Muchos oficinistas adoptaron comportamiento de perros y se mordían unos a otros, en vez de hacerse la cama solapadamente, como antes. Entretanto a los prestamistas les crecieron dientes de vampiros, y por las noches salían a beberse la sangre de sus víctimas.



No es que la ciudad se convirtiera en selva. Siempre lo había sido. Sólo que ahora, al adoptar sus habitantes identidades animales, ya no se disimuló más este hecho.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias