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Solidaridad en la modernidad o la épica de la reforma (Parte II)

José Sanfuentes
Por : José Sanfuentes Adherente a la ex candidatura de Marco Enríquez-Ominami.
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Modernidad y progreso. Nadie en Chile puede negar su ambición de progreso, del propio, del de su familia y el del país, por demás, inseparables. Aquí la pregunta es acerca de cuáles son los caminos del progreso que queremos.



Los viejos paradigmas económicos de la izquierda y la derecha han sido sobrepasados por la historia real. Hoy en día cada país escoge tanto el mercado como planes proyectados, empresa privada o intervención del Estado, cuanto se requiere en el momento dado de su desarrollo dado. Ha triunfado el «camino medio» y sólo los fanáticos se asustan sea con las privatizaciones, sea con las necesarias regulaciones o intervenciones estatales la vida económica-social.



La economía de mercado global, apalancada por la emergencia arrolladora de la nueva economía y el sunami científico-tecnológico, es un hecho irredargüible y, en consecuencia, una oportunidad, especialmente para un país pequeño como el nuestro.



Mejorar nuestras economías agrarias e industriales sigue siendo prioridad dado nuestro estado de desarrollo. Pero hacerlo desentendiéndose de la más alta prioridad de desarrollar la economía de los servicios e involucrarnos estratégicamente en los carriles de la nueva economía y de la revolución tecnológica, puede ser un crimen. El reciente viaje del Presidente Lagos a Silicon Valley trajo a la par alivio y esperanzas a los chilenos más informados.



Hace falta en Chile una cultura del trabajo y empresarial innovadora, no sólo en el sentido técnico, sino principalmente, en el sentido societal. La indispensable iniciativa individual ya no es separable ética y económicamente, de su sentido social. Los ciudadanos hacen valer cada vez más sus propias preocupaciones al productor; el trabajo o los negocios ya no pueden tener compensación adecuada y asegurada si no agrega valor real a algún otro y las empresas ya no pueden entenderse sino como convergencia de intereses y misiones compartidas entre sus diversos actores.



Posibilitar que la gente construya su propio poder y autonomía, que tenga el rol estelar de sus propias vidas; cultivar su capacidad emprendedora, estimular un estilo de verse a si mismos más como oferta que pedido; sembrar de colaboración la competencia, no son meros idealismos, pueden ser un cambio de estilo profundo que contribuiría enormemente a llegar al Bicentenario como un país desarrollado.



Esto requiere hincarle el diente con perseverancia a posibilitar la formación en lo humano, cultural y económico del ser de los chilenos. Apoyo la propuesta, impulsada ya por varios políticos serios, de destinar la otra buena parte de los recursos provenientes de la venta de activos estatales a la educación y la capacitación para el futuro.



Generar cooperativamente buenas remuneraciones para todos los actores de la economía, estimular su participación activa en la gestión creadora de riqueza e involucrarse también en la apropiación de sus recursos y sus rentabilidades, ya no es sólo un asunto de ética social, es una imperiosa necesidad económica de la modernidad y puede ser una reforma social profunda.



Finalmente, y para hacer el cuento corto, se me ocurren tres cosas sobre la situación política:



Primero, en el corto plazo las cartas están echadas. Creo que en las elecciones parlamentarias se mantendrá la ventaja electoral del gobierno sobre la oposición y, de no mediar desinteligencias como las habidas en las municipales, debiera casi mantenerse la correlación parlamentaria actual.



Segundo, tiempo atrás un amigo me decía que en política se puede analizar la situación en base a observar las posiciones de la propia fuerza y la adversaria, distinguiendo en qué fase de las siguientes se encuentra cada una: existir, influenciar, condicionar, determinar y dominar.



La Concertación gobierna y, aunque leve, tiene mayoría parlamentaria. Por ende, está en una posición de dominio en la situación política global, tiene la iniciativa política estratégica y condiciona -y no pocas veces determina- poderosamente, el desempeño de los otros actores.



La derecha y los poderes fácticos han dado un paso significativo en las sucesivas elecciones recientes: de influir fuertemente están transitando a una posición de condicionar agresivamente -y a veces determinar en no pocas esferas relevantes- el accionar del gobierno y de la Concertación. Esta posición la dispone naturalmente a ambicionar el poder total.



Por su parte, la izquierda extraparlamentaria existe, pero poco influye. Tal vez sí lo ha hecho de manera significativa en el ámbito de los derechos humanos y la justicia.



Consolidar su posición de dominio estratégico gubernamental, incluso envolviendo a sectores liberales de la derecha y a la izquierda extraparlamentaria en iniciativas progresistas de país; decidirse a potenciar las distintas almas de la Concertación; incorporar creativamente a la juventud y refundar seriamente la alianza de la izquierda con el centro, por un lado y debilitar las posiciones de condicionamiento más agresivo de la derecha, por otro, parecen ser desafíos estratégicos que son de responsabilidad de los partidos de gobierno.



Desafíos necesarios de enfrentar con resolución para garantizar el éxito del nuevo proyecto-país solidario, moderno y democrático que se propuso el Presidente Lagos para iniciar los umbrales del siglo 21 y posibilitar un porvenir amable por todos.



Tercero, el documento de Ominami generó una polémica que se extendió más allá de los políticos por una frase que no está escrita allí: los famosos tres tercios. Una idea del pasado dijeron algunos en la Concertación.



La derecha lo recogió y, con gran temor a verse electoralmente reducida, saca a relucir el fantasma de la UP y sus tres tercios. A mi entender la posición de Ominami es enteramente positiva para el país, si lo queremos solidario en la modernidad.



Como están las cosas, el esquema binominal sólo favorece a la derecha y reduce las posibilidades de todos los otros sectores políticos. Aprisiona la voluntad popular entre liderazgos polares y elimina todo factor de equilibrio, de camino medio, de flexibilidad y arbitraje responsable. Es casi patético lo que le ha ocurrido a Renovación Nacional: la condición del éxito de su proyecto de poder es su propio debilitamiento. De no cambiar la situación el PS-PPD, pudiera verse el 2005, atrapado en la misma paradoja.



Potenciar las dos almas de la Concertación -almas con raíces y tradiciones, interpretaciones y estilos diferentes y a la vez complementarios- es indispensable, para ensanchar su caudal. Vamos más allá: fundir en una sola fuerza partidaria al PS y el PPD es urgente, para dejar de hacer chambonadas como en las elecciones municipales. Lo es también para mostrar a los partidarios que no es sólo porciones de poder lo que se ambiciona: sino la idea de un país con futuro y de una izquierda capaz de conducirlo, en alianza con el centro, hacia la solidaridad en la modernidad.



Hace falta una fuerza progresista de izquierda dotada de sentido, comprometida con el pueblo y capaz de hacer historia, revalorando la profunda épica de las reformas.



Confieso que estas ideas las anidaba hace ya más de una década, que mi opción de no involucrarme en el ambiente descalificador del debate político chileno me resignaba al silencio y agradezco a Ominami por su empujón.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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