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La Concertación frente al sistema binominal


En un despliegue de oportunidad política, el Partido Comunista propone a los socios de la Concertación de Partidos por la Democracia un acuerdo electoral que, entre otros puntos, dé al oficialismo la fuerza electoral necesaria como para terminar con el sistema binominal. A su vez, el cónclave de los partidos de gobierno, llamado Santiago I, reafirma su oposición a dicho sistema, catalogado de antidemocrático. Se repone así en la
discusión pública, una vez más, la sobrevivencia del binominalismo en la institucionalidad chilena, su calidad democrática y la efectiva -o efectista- voluntad de terminar con él.



Hagamos un repaso. Para los defensores del binominalismo (la derecha de manera expresa y algunos concertados de manera más tímida y oculta), la excesiva presencia de Partidos Políticos, propio del multipartidismo que caracterizó a la institucionalidad chilena pre-1973, fue la causa de la inestabilidad, el deterioro económico y finalmente, del quiebre democrático que se dio en esos años.



Para éstos, por el contrario, la existencia de dos grandes partidos llevarían al sistema en su totalidad hacia el centro,
favoreciendo la positiva moderación, al aumentar el peso de los votos de centro en relación a los extremos. Votantes que serían el jugoso botín a cazar por los líderes y sus maquinarias electorales.



La crítica al multipartidismo como exclusivo origen de la inestabilidad, creemos nosotros, se ve desmentido por ejemplos como el de Suiza. Por el contrario y como lo señalan los críticos, una importante debilidad del bipartidismo lo tiene en el plano del pluralismo. Si los programas están tan próximos, terminan por reflejarse uno en el otro, ahogando la posibilidad de las alternativas y la diferencia. Aquello se ve claramente hoy en Chile, cuando las encuestas de opinión indican la baja calificación que los ciudadanos ponen a sus políticos, entrampados en discusiones estériles, alejadas de los problemas reales de la gente, como se dice ahora. Más aún, considerando el consenso frente a los equilibrios macroeconómicos por parte de la clase política.



Así, para sus críticos, el bipartidismo sería una especie de jaula de la diversidad, mientras el multipartidismo expresaría las reales diferencias existentes en la sociedad. Actúa en torno a un centro que expulsa a quienes no comparten los pilares básicos del entramado institucional, dejando de lado todo tipo de nuevas sensibilidades, tanto políticas, como de género, étnicas y ecológicas.



Un factor importante a la hora de definir sus fortalezas es que el bipartidismo, construido sobre un sistema electoral binominal, favorece al partido que lidera la coalición en el gobierno, orientándolo y sujetándolo hacia el centro. De allí que la prédica en ese sentido, de la reunión Santiago I, tiene el tono de una débil invocación, difícilmente defendible frente a las
bases concertacionistas en su real inspiración. Una pragmática suma de votos.



Los partidos marginados por el sistema deben continuar en lo suyo. Perseguir el retorno del multipartidismo, logrando una reforma interna de la institucionalidad, por medio del aumento de su caudal de votos. Tarea muy difícil, por lo demás.



El fallido intento del Partido Comunista por lograr un acuerdo electoral con el oficialismo, se entiende claramente a la luz de lo expuesto: acercarse demasiado al PC implica el peligro de debilitar el estratégico centro, hábilmente seducido por el discurso opositor. Ya lo sabemos, quien pierde el centro, pierde el gobierno. Las convicciones democráticas de los actores reducidos a una serie de sumas y restas. Nada nuevo.



Historiador

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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