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Los abogados de Pinochet, Kafka y el fantasma de Stalin


La defensa de Pinochet ha convertido un juicio penal, cuyo núcleo es la culpabilidad o inocencia del acusado, en una tortuosa guerrilla de procedimientos. En esta instancia, el acusado debería jugarse para salvar su honra, demostrando con pruebas que lo que se le imputa es falso. Pero Pinochet está asesorado por una ralea muy especial de abogados, especialistas en ganar tiempo, quienes buscan evitar a toda costa que se aborde el problema de fondo. Su ideal es demostrar que el personaje no puede ser encausado por enfermedad, por senilidad, por desmemoria.



Pareciera que estos mismos juristas están convencidos de la culpabilidad de su defendido, que ellos mismos lo han condenado de antemano. Sus razones tendrán. Si triunfan y finalmente Pinochet es declarado inimputable, se impondrá la razón cínica.



Pero con ello en vez de defender «la obra del gobierno militar», disolverán su sentido. La historia del Chile dictatorial deberá ser vista de otra manera.



Hasta ahora puede ser considerada como una dictadura capitalista, que usa el terror con objetivos que intenta justificar racionalmente (a veces la razón crea monstruos). Un proyecto reaccionario, pero que, al producir nuevas formas de explotación -formas más acordes con los objetivos del capitalismo- habilita al sistema para generar crecimiento económico, aunque con una mayor desigualdad.



Pero al eludir su principal líder las responsabilidades históricas que debería reivindicar (porque esos asesinatos estuvieron asociados a una racionalidad de clase) esa historia queda reducida a una creación kafkiana. Los argumentos de la defensa crean el siguiente escenario histórico: Pinochet no supo lo que hacia Arellano, ni Contreras, ni Gordon ni Salas Wenzel. Estaba siempre en Babia. Fuimos gobernados por un individuo que no sabía lo que ocurría a su alrededor, por un monigote.



El cuento de sus abogados no tiene otro fin posible que éste: un débil mental o un autista estuvo a la cabeza del reino. El Ejército de Chile fue dirigido durante veinte años por un personaje que no se percataba de nada, que no sabía lo que hacían los hombres a su mando. Como conclusión, toda la historia de esa época fue manejada por el azar o por manos invisibles. Nadie se explica entonces por qué ese personaje bobo, cuyos generales hacían y deshacían con los derechos humanos a sus espaldas, es tan celebrado. ¿Con qué razones los empresarios lo saludan como un salvador?. Según la estrategia abogadil, es casi seguro que si no captaba lo que hacia la DINA o el CNI menos entendía la política económica.



Desaparecida la responsabilidad de Pinochet y de sus secuaces de las diferentes Juntas, no sólo porque están hoy muy viejos, sino porque cuando las cosas ocurrieron no tuvieron nada que ver con ellas, la «Obra militar» se convierte en una obra de ficción escrita por un mal imitador de Kafka. Este escribiente (alguna gracia tenía) ideó un final perfecto: los responsables de todo lo ocurrido en Chile fueron unos oscuros hombrecillos, que usaban el mismo tipo de gafas que Pinochet en las primeras fotos, quienes desde las sombras mataban, torturaban sin finalidad precisa y sin avisarle a nadie.



Eran infiltrados, pero ellos mismos olvidaron de quién. El único indicio que existe es entre ellos había un tal Krasnoff. Este, por parte de madre, era primo de una doncella del zar, lo que lo hacía insospechable. Pero por parte de padre era sobrino en quinto grado de un alto asesor de Beria. Por tanto, no se puede descartar que el responsable final de todo haya sido el fantasma de Stalin.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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