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Ausencias


Es notable y sintomático lo ocurrido con la información recopilada sobre los detenidos desaparecidos por la mesa de diálogo sobre derechos humanos. Mucha chimuchina sobre la forma, casi nula reflexión sobre el fondo del asunto.



Nuestro país sigue, al parecer, fascinado por las cuestiones menores, mientras lo importante no genera mayor debate: me refiero al horror, a la práctica de éste como instrumento político, a quienes propiciaron o toleraron ese ejercicio. Al horror, en suma, como el motor y la causa de una política institucional que resolvió eliminar físicamente a los adversarios, pero también a torturarlos, a masacrarlos dejando sensibles huellas para hacer ese horror visible. A dejarlo instalado en nuestras vidas y en las de las generaciones siguientes.



Una primera constatación es la ausencia de intelectuales, o de espacios de expresión para éstos. Ninguna voz -aparte de la del Presidente de República, el domingo en que entregó los antecedentes- ha intentado referirse al fondo de este asunto.



Es cierto: nuestros intelectuales, los afortunados, están dedicados a ganar plata asesorando empresas, a costa del sacrificio de una cierta libertad. Los otros, los que han persistido en una reflexión crítica, no son considerados.



La segunda observación es el silencio en las filas de la derecha. Tal vez será necesario un tiempo más que haya una digestión, una vez que se constate lo ridículo que es el ejercicio del amague, de eludir lo ineludible. También en este tema nuestra derecha parece estar un poco más atrás que los propios militares.



En todo caso, hay que reconocerlo, algunos han hablado. Para un sector de lo que fue -¿o es?- el pinochetismo el problema radica en que la dictadura no dejó «solucionado» el «problema» de los derechos humanos.



Como dijo Alvaro Bardón en estas virtuales, la chambonada de los militares fue no dejar atado el fin de ese asunto por los siglos de los siglos. ¿Qué es lo que se les reprocha? No haber dejado establecida la impunidad total. Por eso el almirante en retiro, Jorge Martínez Busch, senador designado por añadidura, propicia ahora una amnistía total, hasta nuestros días.



Estas ausencias, la carencia de estas voces, es una cuestión preocupante. Las de la derecha, por cierto, pero por sobre todo la de hombres que estén por encima de los intereses políticos inmediatos. ¿Por qué esa ausencia de voces que nos hablen, desde un plano moral, desde una perspectiva histórica de estos asuntos? Hasta la propia Iglesia Católica, en este trance, ha omitido un juicio, más allá de los lugares comunes a los que nos tienen acostumbrados. No espero nada de la Iglesia -eso lo aclaro de partida- pero incluso quienes algo esperan deben sentirse algo defraudados.



Lo que hace parecer pobre a nuestro país en estos días es esa ausencia de chilenos que desde su ciudadanía emitan un juicio sobre nuestro período de horror. Que sean capaces no de impartir lecciones, sino de entregar elementos para reflexionar sobre nuestros propios infiernos. Si la constatación de ese horror tan cercano no es capaz de generar una reflexión sobre lo que fuimos, sobre lo que estamos siendo, sobre lo que aspiramos a ser, ese futuro seguirá sembrado de tinieblas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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