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Internet y las universidades


Lo que solía ser tema para universidades «marginales» ahora ha penetrado a las instituciones más venerables: la Universidad de Maryland brinda 400 cursos para distintas carreras, incluyendo diez postgrados, que se pueden seguir enteramente «on line». Lo mismo pasa con la Universidad de California. Hay universidades enteramente «on line» sin aulas ni campus, como la Cardean University, una empresa conjunta formada por las Universidades de Stanford, Columbia, y la London School of Economics. Un consorcio internacional, Sylvan, ya llegó a Chile.



Una potente fuerza tecnológica impulsa este fenómeno: la banda ancha, que se materializa en los circuitos universitarios a través de la iniciativa llamada Internet 2. Ella permite transmitir datos a velocidades mil veces mayores que las acostumbradas, pudiéndose por ejemplo bajar el contenido de una enciclopedia de 30 volúmenes en 2 segundos. O bien, facilitándose la transmisión bidireccional de voz e imagen en tiempo real, de manera que un alumno en Chile podrá participar en una videoconferencia con un profesor de Harvard en forma rutinaria y a bajo costo, usar la biblioteca de esa universidad, participar en redes de discusión, bajar videos educativos, etc.



Ciertamente, la educación a distancia no es una panacea. Muchos profesores expresan rechazo a poner sus materiales en la «red», por temor a perder su propiedad intelectual. La misma vida de campus presenta atractivos especiales para los estudiantes. Otros profesores reclaman que no hay nada que pueda sustituir la interacción personal entre profesor y alumno y entre el alumno y sus compañeros. Pero sospechamos que esto es algo así como tratar de tapar el sol con un dedo.



Mientras más ancha la banda, más chico es el dedo. Dos millones de inscritos en USA así lo demuestran, y por cierto es inevitable que surjan los modelos de educación «híbridos», en los cuales parte será impartida «on line», y otra parte tendrá carácter presencial.



Maremotos y «tsunamis» ciertamente van a ocurrir. De entrada, los monopolios geográficos de la educación universitaria se terminarán. Un alumno de Talca o Temuco podrá aspirar a estudiar en la Universidad de Texas, o seguir la mitad de sus estudios en la Universidad de Talca y otro tanto en la Universidad de Chile…. con algunos cursos opcionales en la London School of Economics. Otro monopolio que seguramente terminará es el de los títulos y certificados. ¿Qué le va a importar a una empresa un certificado, si un aspirante laboral tiene un tercio de sus estudios en la Universidad Católica, otro tercio en la Sorbonne, y otro tercio en el MIT?



Asimismo, será cada vez menos clara la pertenencia laboral de los académicos: Supongamos que un profesor pertenece en parte a la Universidad de Valparaíso, pero pasa la mitad de su tiempo «on line» haciendo trabajos conjuntos con investigadores de otras instituciones e impartiéndole clases a distancia a alumnos en Argentina. Su jefe no será un funcionario de la Universidad, sino que él mismo, y su curriculum, publicaciones y materiales docentes estarán disponibles en un sofisticado sitio web personal.



La globalización de la educación va a traer como consecuencia inevitable la «portalización» de las universidades, lo cual significa que su capacidad para competir en un mercado crecientemente complejo dependerá cada vez menos de sus columnas de mármol, y cada vez más de su habilidad para convocar en torno a si misma una activa comunidad internacional y virtual de profesores, investigadores, alumnos de grado, y alumnos de educación continua.



La transnacional Nike no fabrica ni una sola zapatilla, sino que es una potente ensambladora de capacidades productivas y comerciales. Es inevitable el surgimiento de los «Nike de la educación». Las reglas del juego están cambiando, el tsunami está llegando, y si las universidades chilenas no reaccionan con rapidez, serán pocas las que sobrevivan.



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Mario Waissbluth es director ejecutivo Invertec IGT.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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