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Relaciones peligrosas


Resulta curioso que hayamos seguido desde muy lejos el cambio de mando en los EE.UU. y, a falta de autoridades nuestras en los actos de transmisión del mando, debamos escuchar más opiniones ajenas que todo lo dicen, auguran, predicen sobre el destino del nuevo gobierno.



Incluso se ha sabido que Fidel Castro lo trató de mafioso y prepotente, con varios miles de testigos y como para fijar las reglas del juego de la futura relación.



Dije curioso porque resulta raro entender entonces la prioridad que se da a nuestra relación con la primera potencia individual de la Tierra, hoy señora y maestra de la economía mundial. También parece un poco paradojal que se haga un gran devaneo de sesos en el tema de las relaciones económicas bilaterales si el nuevo portavoz de la Casa Blanca ha declarado que entre las preocupaciones de posibles «fast tracks» o vías rápidas que el nuevo Presidente Bush tiene en mente están Jordania, Vietnam y la Unión Europea sin hacer mención alguna al tema del ALCA (el acuerdo de libre comercio de las Américas) y tampoco al de Chile.



Sin usar un exagerado pesimismo, podría decirse al menos que los tiempos de realización serán un poco mayores a los previstos hasta fines del año 2000. Sin caer tampoco en la crítica burda y mezquina, se podría decir que el manejo de nuestra política exterior no es equivocado pero sí tiende a ser unilateral en el sentido de no prever escenarios distintos del que se tiene ante los ojos cuando se abre una negociación y por ende una perspectiva.



Será bueno entonces conceptualizar un poco más en serio esto que ya forma parte del léxico diario de los políticos y dirigentes del Estado, la famosa y temible palabra «globalidad», entendiendo que no se trata de un recurso teórico sino de un factor escencial que está a la base del desarrollo nacional, del crecimiento propio y por ende de las expectativas de la población de un Estado-Nación como el nuestro.



Imaginemos si se invierte en viñedos, industrias de transformación, en nuevos espacios de fruticultura y varias otras producciones mineras, industriales o silvoagropecuarias y, después de hecho todo esto, se llega a retrasar o anular la posibilidad de mercados externos. Para estos errores, desgraciadamente no se aplica el popular refrán de que «paga Moya».

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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