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La Marcha zapatista y la paz en Chiapas


De los muchos asuntos que hacen parte de la apasionante agenda de la transición mexicana, el de la paz en Chiapas ha pasado a ser el más decisivo para el Presidente Vicente Fox y lo será, probablemente también, para la suerte futura de su gobierno.



El alzamiento de Chiapas arruinó el último año de Carlos Salinas de Gortari y complicó los siguientes seis años de la gestión del presidente Ernesto Zedillo. El 1 de enero de 1994 los zapatistas tomaron dos de los centros urbanos más importantes de ese estado situado en la frontera misma con Guatemala -San Cristóbal de las Casas y Ocosingo- además de las cabeceras de numerosos municipios campesinos. Con su acción echaron al suelo la imagen optimista de un México que acababa de suscribir el TLC con Estados Unidos y Canadá, que se jactaba de ser el primer país latinoamericano en ingresar a la OECD y que ya proclamaba su traslado del tercero al primer país del mundo. A partir de ese día nada volvería a ser igual para los gobiernos priístas. Muy pronto vendrían el asesinato de su candidato presidencial, Luis Donaldo Colosio, el Secretario General del Partido, Francisco Ruiz Massieu, y en diciembre de 1994 la mayor crisis económica de las últimas décadas, que colocó a México al borde de la cesación completa de pagos internacionales, aumentando la pobreza y las desigualdades internas.



Quizá por la fuerza de sus orígenes, los zapatistas tienen conciencia de que cuentan entre el pueblo mexicano con una importante convocatoria que excede en mucho su fuerza propia. Por ello han hecho del respaldo de la «sociedad civil» casi un mito y se refieren a ella como si fuera una entidad corpórea e individualizable.



El zapatismo conoció una guerra efectiva de sólo doce días. El impacto interno internacional que tuvieron los cruentos enfrentamientos de las jornadas siguientes al levantamiento obligaron al gobierno a suspender las acciones de guerra y a buscar una solución política. Desde entonces el líder zapatista, el subcomandante Marcos, al cual los servicios de inteligencia mexicanos sólo después de un año de arduo trabajo lograron identificar como Sebastián Guillén, un bien formado profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, ha sido una figura decisiva en el país.



Bajo la dirección de Marcos, el EZLN ha mostrado una capacidad casi increíble para ajustar sus posturas. Por sus orígenes parecía un movimiento guerrillero más, heredero de la tradición guevarista de los sesenta que aceptaba la consigna de crear muchos «vietnams» en el continente… uno, dos, tres, los más que se pudieran. Sus ancestros directos se encuentran en el Ejército de Liberación Nacional, creado en 1969, cuya dirección fuera virtualmente aniquilada en 1974. A partir de allí, los sobrevivientes se trasladan al territorio profundo de la selva Incandona en Chiapas y en 1987 se reestructuran como Ejército Zapatista de Liberación Nacional. En enero de 1994 todavía proclaman su voluntad de derrotar al Ejército oficial, anunciando que marcharían hasta capturar el gobierno en Ciudad de México.



Poco después, sin embargo, modifican esas visiones y pasan a centrar su acción en dos temas claves, que tienen un impacto mucho más amplio: el ataque a la globalización y la defensa de la cultura y derechos de los pueblos indígenas de México y América Latina. En lugar de una guerrilla tradicional el EZLN se convierte en una de nuevo tipo. Programática, carece de planteamientos ideológicos y programas amplios. Humanitaria, no registra un solo secuestro ni atentados terroristas. Cuidadosa de su imagen de honestidad, no se le conocen nexos con el narcotráfico. Carismática, ha llegado a identificarse con su líder, hábil como pocos en el manejo de las comunicaciones y capaz de mantener siempre en expectación a la sociedad mexicana con sus comentarios irónicos, anuncios esporádicos y hasta con sus silencios.



El EZLN declara haber renunciado al enfrentamiento armado, no aspira a la toma del poder y proclama sólo objetivos tan amplios como la paz y la democracia para México. Su enemigo histórico fue el PRI y sus gobiernos. Con el presidente Zedillo tuvieron un enfrentamiento áspero. Luego de abrir negociaciones al inicio de su gestión éste rompió los contactos, ordenó la captura de los jefes del zapatismo, en febrero de 1995, y colocó un cerco de decenas de miles de efectivos del ejército mexicano en torno del campamento de Marcos en La Realidad. En la misma línea rechazó luego los acuerdos alcanzados en San Andrés de Larrainzar y el Proyecto de Ley sobre derechos y cultura indígena elaborado por parlamentarios de todos los partidos, pertenecientes a la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa).



El último Presidente del PRI era el adversario ideal para el subcomandante Marcos y el EZLN. Pero con la llegada de Vicente Fox a Los Pinos, en diciembre último, las cosas han cambiado. El nuevo Presidente tiene impeclables credenciales democráticas y se define como el abanderado del cambio político en México. El viejo régimen ha muerto, dato muy importante para los espacios y la acción del zapatismo. Y, por añadidura, la nueva administración proclama una política de «mano tendida». El mismo día de su toma de posesión, Fox envió al congreso el proyecto de ley de la Cocopa, tal como lo pedía el EZLN, luego ha levantado cuatro de los siete cuarteles militares de la selva chiapaneca y ha obtenido la liberación de unos cincuenta presos políticos del listado de más de cien que presentara el EZLN como prerrequisitos para negociar la paz. Con un estilo directo, que incluye frecuentes expresiones de uso popular y un respaldo de la opinión pública de 73% a su acción inicial, el nuevo Presidente ha superado incluso sus molestias internas ante el silencio obstinado de Marcos para seguir proclamando la búsqueda de la paz. El día previo al inicio de la marcha, en un discurso breve y directo, proclamó que «ésta era la hora de los hermanos indígenas» y llamó a dar la bienvenida a la marcha zapatista, que caracterizó como una «marcha por la paz». Horas después reconocería que en su audacia estaba poniendo en juego «el prestigio de la presidencia y su capital político personal».



Marcos, por su parte, confesaría que corre riesgos equivalentes. En una entrevista con el diario El País, el domingo 25 de febrero, reconoció que había «otro México después del 2 de julio y que ellos no podían mantener la misma actitud de antes»; luego admitió que «al concluir la marcha se va a desmitificar la figura de Marcos y todo lo que gira en torno a ella. Eso no quiere decir que Marcos vaya a dejar la lucha, que se vaya a dedicar a cultivar hortalizas o a otras cosas, pero se va a modificar radicalmente el entorno que hizo posible a Marcos, el EZLN».



Así las cosas «la larga marcha» zapatista que recorre tres mil kilómetros y doce de los estados más pobres del país, definirá más que cualquier otro episodio el carácter de la transición mexicana y los espacios políticos de su conductor Vicente Fox. El objetivo de iniciar negociaciones de paz está excluido de antemano. Pero cuando el 11 de marzo próximo el subcomandante Marcos y 23 comandantes indígenas del EZLN se reúnan con un grupo de congresistas para discutir la iniciativa de ley sobre derechos y cultura indígena, se tendrá una señal muy clara de si habrá o no un cauce para las postergadas demandas de las 64 etnias indígenas que existen en México. También se tendrá una mayor claridad respecto al clima político y a los plazos en que se puede resolver el más dramático conflicto político que México ha enfrentado como nación desde el estallido de la Revolución Mexicana de 1910.



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