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La confusión del primer año


La famosa frase que Lagos pronunció hace unos meses («el gobierno soy yo») resume muy bien el estilo del Presidente en este primer año del ejercicio de su cargo. En efecto, el mandatario ha corrido detrás de todos los balones, ha absorbido todos los focos, ha monopolizado todos los mensajes. Su gran capacidad para constituirse en primero del curso en cualquier tema de gobierno, le ha hecho ceder a la tentación de la ubicuidad política.



Sin embargo, esta sobreexposición no ha dado los resultados perseguidos. La política-espectáculo diseñada por los asesores de La Moneda para relevar el protagonismo del Presidente, ha gastado la figura de Lagos en lugar de potenciarla. Si algo se percibe en el entorno del oficialismo en este aniversario, es cansancio y, sobre todo, carencia de norte.



Lagos comenzó con los mejores auspicios: los indicadores económicos revertían sus tendencias negativas, su figura era muy bien valorada por la opinión pública internacional, se perfilaba como el líder carismático que iba a lograr desde la Concertación Tres lo que los otros dos gobiernos de la alianza no habían sido capaces de alcanzar: la normalidad institucional del país según cánones democráticos internacionalmente homologables. Esto significaría, al fin, el cierre de la transición política chilena y la superación de los famosos enclaves autoritarios, después de diez años chapoteando en las aguas ambiguas y peligrosas de la democracia restringida.



Pero los buenos augurios se han ido convirtiendo en negativas realidades. A la hora de la verdad no se logró de nuevo el consenso parlamentario para desarmar las trampas institucionales heredadas de la dictadura. Además, al gobierno de Lagos le comenzaron a crecer otras dificultades. La reactivación no llegó con la esperada intensidad, el número de los puestos de trabajo prometidos no se cumplió, la cúpula empresarial hostigó y sigue hostigando al gobierno, el insólito escándalo de las indemnizaciones terminó por colocar al Presidente a la defensiva.



Con tanta chatarra en la pista, Lagos ha ido perdiendo iniciativa, proactividad. Se le nota demasiado enredado en las diferencias que ha mantenido con la oposición política, con la propia Concertación y, sobre todo, con la clase empresarial. No ha logrado imponer su agenda propia según una estrategia coherente. ¿Cuáles son los conceptos-eje del actual gobierno concertacionista?, ¿cuáles son las ideas que el oficialismo quiere instalar y promover en el debate público? Existe un Presidente todoterreno que no acierta a jerarquizar los objetivos de sus múltiples discursos, con lo cual el sentido de sus acciones se vuelve confuso.



Más aún, Lagos muestra en no pocas ocasiones una doble línea. En el tema de los derechos humanos, en la economía y las relaciones laborales, por ejemplo, el mandatario ha basculado entre posiciones bastante encontradas entre sí. Cuando juega políticamente en el centro de la cancha, aparece el Lagos que sigue el sentido común de los ultrarrenovados: crudo liberalismo económico, minimalización perentoria del affaire Pinochet, cesión a las demandas empresariales. En cambio, cuando juega en el área chica, surge el Lagos preocupado por las secuelas indeseadas de sus políticas generales, el mandatario que atiende las expectativas concretas de la gente que a veces le hacen salirse del guión de la ortodoxia. El gran enigma es dónde se encuentran estas dos líneas, cómo será capaz el Presidente de obtener la cuadradura del círculo entre lo económico y lo social, entre la estabilidad y la necesaria aplicación de la ley.



Lo cierto es que después de un año de una presidencia ejercida a tope, no aparecen todavía los ejes del sexenio Lagos. Más bien, hasta ahora ha habido numerosas aperturas y propuestas, asertivas en la forma y titubeantes en el fondo. El dedo de Lagos no apunta a ninguna dirección fija que pueda servir de clara orientación y referencia para la clase política y para los ciudadanos en general.



Pero evidentemente el capital político del Presidente todavía tiene mucha fuerza, tanto por la adhesión pública de que goza, como por su indudable preparación y carisma. La Concertación Tres es contemplada por muchos como la definitiva oportunidad histórica para encarrilar a Chile hacia la democracia plena y hacia la modernización. Son dos tareas complementarias e inseparables que harán que el país encuentre la plataforma adecuada para el desarrollo. Si esto no se cumple cuanto antes en el actual sexenio, las perspectivas del 2010 comenzarán a nublarse y de nuevo Chile no dará el salto cualitativo hacia una sociedad dinámica y equilibrada.



Mas para eso hace falta que la acción del primer mandatario no esté siempre supeditada a las urgencias del éxito del día a día, ni al continuo espectáculo, ni a la prédica incesante. Hace falta dosificar la presidencia, devolverle su sentido de alta instancia estratégica y moral, de espacio de encuentro de los mejores intereses del país, de diálogo institucionalizado capilarmente con la gente. Para esto lo más importante no es sólo cambiar ciertos nombres, sino sobre todo impulsar un nuevo estado de ánimo, promover diversos niveles de participación ciudadana, abriendo un horizonte que sea capaz de hacer converger tantas energías dispersas e inorgánicas que en este momento Chile necesita activar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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