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Revolución en la escuela: Tres veces sí, ministra Aylwin


Una alumna de un programa de postgrado de la Universidad Arcis hacía la distinción entre la participación ritual y lo que llaman participación pertinente o con poder, la que sería un bien escaso en nuestras instituciones y prácticas.



Por eso decimos tres veces sí al anuncio de la ministra Mariana Aylwin de dar poder a los apoderados y profesores para la selección de los directores de escuelas y liceos. Ello puede ser una verdadera revolución que cambie la relación de la sociedad civil con la escuela. El Gobierno ya había dado un paso significativo a hacer concursables cada cinco años los cargos de directores de escuelas, pero no obstante bajo un esquema de rígidas puntuaciones por estudios y experiencia que hacen casi automática la perpetuación de dichos cargos.



Hay por cierto muchos buenos directores, pero ese no es el punto. ¿Quién es el dueño de las escuelas? De una vez debemos asumir el concepto de ciudadano que paga impuestos, que tiene derechos y que en una sociedad democrática avanzada tiene poder sobre las instituciones y las jerarquías. La escuela y el liceo son espacios fundantes de las posibilidades de la igualdad de oportunidades, de la movilidad social, del crecimiento de una comunidad en la calidad de la educación de los hijos. Hay directores mediocres, llenos de títulos y cursos de perfeccionamiento, pero que, sin embargo, temen la participación, concentran el poder, no saben hacer proyectos, no se abren a la innovación, desalientan liderazgos emprendedores de otros docentes o apoderados que visualizan como competitivos a sus propias potestades.



Hay que apoyar y profundizar esta reforma. Cada escuela y liceo debe tener un directorio de gestión con representantes de profesores, apoderados, administrativos, municipios, organizaciones del barrio urbano o villorrio rural donde se localice, incluyendo en los liceos a los estudiantes. De esta forma, todos son dueños de la escuela, de su desarrollo, de su plan anual de metas, de su clima organizacional, de lograr autonomía relativa para emprender acciones con fondos propios, en precisar sistemas de estímulos, en aprender a conversar sobre la educación de los niños y jóvenes como tarea colectiva. Esa democracia sustantiva empieza en la escuela. La puerta que se abre es enorme, para salir de la ritualidad de las comisiones y «consultas» y aprender a soltar poder, a compartirlo, a confiar en la ciudadanía activa que ejerzamos desde abajo.



Esto no es nuevo en el mundo. Ocurre en zonas rurales de Nicaragua, en la elección universal y democrática de los jefes de distritos educacionales en Norteamérica y en las escuelas públicas de la Comunidad de Madrid.



Sistemas con sana «tensión» en que nadie se adueña de un cargo y reproduce un modo cultural y político presidencialista, autoritario y centralista que recorre un modo de hacer las cosas en Chile.



La Reforma es más salas, más jornada, mejores sueldos para los profesores; pero debe ser mucho más innovación pedagógica y mucha más participación.



Este anuncio nos entusiasma porque experimentalmente hemos visto la transformación de escuelas cuando sus directores se han abierto a «directorios de gestión» con apoderados y profesores, especialmente en liceos con financiamiento compartido, en que se inició un modo de debatir en qué invertir dichos recursos en el establecimiento. Hemos comprobado cómo mejora la cartera de proyectos, el clima laboral y humano, el nivel de información y compromiso de los apoderados, lo que redunda en mejores indicadores de calidad.



No hay que tener títulos para que un modesto apoderado comprenda que el laboratorio de computación de la escuela no opera porque el director guarda las llaves (» para que no se estropee ante la supervisión»), cuando los baños son una inmundicia, cuando se protege profesores que faltan reiteradamente, cuando hay mal trato y no se estimula a los niños y niñas.



Hay que opinar, desatar conversaciones, saber gozar el inconformismo y el caos de las mil ideas. Hay que desordenar ciertas direcciones de escuelas y liceos. Hacerlo con compromiso, el que se toma cuando se es «parte» de pensar la escuela y decidir. Empoderamiento real de la comunidad, lo demás es cuento. Tres veces sí, Ministerio de Educación. No hay que esperar la ley para seguir experimentando estos modelos participativos desde abajo. No hay lugar más importante para superar nuestra indecente desigualdad que comenzar a revolucionar las escuelas y liceos mediocrizados por la rutina y el autoritarismo. Los sistemas participativos de responsabilidad social muestran su eficacia y hay que hacer esta maravillosa apuesta al futuro.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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