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El tejado de vidrio de la Sofofa


Estamos viviendo tiempos de duros e injustos ataques contra el ambientalismo. Si algo falla en el engranaje del actual sistema, inmediatamente se apunta con el dedo a este sector, acusándolo de imperdonables zancadillas al desarrollo y al crecimiento económico del país, con el agravante de ser pecado capital si se comete en tiempos como los actuales, de vacas flacas y de pocas perspectivas de recuperación.



Esta situación resulta ser contraproducente y genera animadversión en algunos sectores de la población, quienes desconfían de las preocupaciones medioambientales e incluso las culpan de que la crisis no afloje.



Los más entusiastas en el último tiempo han resultado ser personeros de la Sofofa, quienes denunciaron públicamente que el movimiento verde nacional era financiado desde el extranjero, precisamente para desestabilizar al gremio empresarial y boicotear la celulosa y la salmonicultura, actividades pertenecientes a áreas estratégicas de la economía chilena.



También se acusó al movimiento del fracaso del proyecto Cascada Chile.



Resulta francamente curioso que imaginen como un grupo de truhanes al ambientalismo, un movimiento aún minoritario y que se mantiene en un espacio más bien marginal respecto de las zonas donde se toman decisiones, además de tener un acceso reducido a los medios de comunicación.



Cascada era un pésimo proyecto, de muy baja rentabilidad, por lo tanto es necesario hacer hincapié en él, porque no es el único y porque quienes lo han defendido solamente pretenden servir fielmente a la sospechosa deidad llamada tasa de crecimiento. El desarrollo no tiene sentido si se renuncia a comer alimentos no contaminados, respirar aire puro y beber agua limpia, todos derechos ciudadanos legítimamente exigibles.



Valga también recordar que dentro del cuestionado ambientalismo que provocó el derrocamiento de este proyecto, se encontraba el connotado empresario del salmón Hans Kossman, quien no dudó en interponer un recurso de protección ante los daños que este proyecto le causaría a su actividad. Este empresario también financió estudios y tuvo una activa participación en la lucha contra dicho proyecto.



Lo que más me llama la atención es esta caza de brujas de la Sofofa, organismo que ha manifestado su indignación porque los ambientalistas son financiados por entidades extranjeras. ¿Con qué autoridad moral? Es preciso recordarles que en un pasado no muy lejano, 1970 para ser más exactos, ellos recorrieron el mundo en busca de los recursos necesarios para desbancar a un gobierno legalmente constituido y que aún no asumía. Muchos de esos respaldos, entre ellos los de la CIA, sirvieron para boicotear actividades económicas estratégicas, y para financiar el devastador paro de los camioneros ¿De qué se queja hoy la SOFOFA si otros siguen su ejemplo?



Se contradicen incluso con sus propios postulados económicos, que abogan por liberar barreras y promover un flujo internacional de las actividades económicas. Ellos salen a vender y reciben ingresos por ello pero otros grupos no pueden hacer lo mismo. Da la impresión de que ellos se suponen en un estado superior, tapando con palabras lo que hicieron antes y negándole a los demás los derechos que ellos ejercen frenéticamente ¿Por qué es ilegitimo vender consultorías tal como hacen algunos ex ministros del gobierno militar -como el señor Büchi y José Piñera- promoviendo virtudes que han hecho del derecho a la salud un negocio para algunos y una maldición para el resto?



Si no se ha entendido aún, es preciso destacar que pedir medio ambiente limpio es promover actividades económicas que colaboren con este fin y que pueden ser muy lucrativas, como el tratamiento de aguas servidas.



Eso no es una limitación al crecimiento económico, sino un impulso para otros nichos de mercado que pueden atraer empleo y progreso. Las normas ambientales al encarecer una actividad la reducen y limitan, pero al mismo tiempo crean otras y promueven una significa reasignación de recursos.



Aún no sabemos si estas actividades son más o menos intensivas en la contratación de mano de obra. Entonces las críticas no dejan de producir desconfianza, pues parecen mucho más ligadas al cuidado de mezquinos intereses que al interés patriótico del que hacen alarde.



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Marcel Claude es economista y director ejecutivo de la Fundación Terram.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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