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Corrupción y nueva mirada hegemónica


Fernando Flores, en avión privado, acompañado de Felipe González, va a Arica a hacer campaña electoral. Hay algo inquietante en esa simbología: la Concertación, sobrevolando el territorio en avión prestado por extranjero que seguramente quiere hacer negocios, mirando desde arriba los problemas, profetizando y sermoneando, y acompañada por quien fuera un notable político, convertido en excelente administrador, que se hundió por la corrupción de su colectividad.



Corrupción doble, la del Partido Socialista Obrero Español y el gobierno de González: la de la rapiña del dinero, del financiamiento ilegal de los partidos y entrada a saco de los socialistas al mundo privado, y, la segunda, la corrupción de la guerra sucia contra ETA, usando métodos terroristas, hasta con ejecuciones sumarias (baste señalar que hay hasta un ex ministro condenado por esto último).



Probablemente, los dos grandes peligros del oficialismo sean justamente esos. Por un lado, la corrupción o, a lo menos, la imagen de corrupción que puntuales hechos pueden llegar a construir. Por el otro, esa levedad, esa superficialidad de quienes están mirando al país desde arriba -desde el poder; desde los beneficios del poder, para ser más exactos-, desapegados de la gente (y por lo tanto de su lema y compromiso original, el de las campañas de 1988 y 1989), obsesionados por la mirada macro: la macroeconomía, lo que ha constituido el verdadero triunfo de la derecha: marcar y decidir el único lugar desde dónde mirar, analizar, tomar decisiones para el país.



Desde esa perspectiva, nada resulta contradictorio. Por ejemplo, no constituye un problema recibir la visita del presidente chino, Jian Zemin, y silenciar las violaciones a los derechos humanos en ese país. No se trata de ver el mundo en blanco y negro, y seguramente los chinos deben ser fantásticos, pero obviar el tema de los derechos humanos, que ha constituido la médula del problema de Chile de los últimos 28 años, es francamente deleznable.



La nueva mirada hegemónica es así. A China se le mira como eventual futuro mercado. Con eso basta. Todo lo demás se subordina a eso, que en palabras claras no es más que posibilidades de dinero.



Algunos han criticado esta columna por ser tan poco receptiva a las ideas de la derecha y a los empresarios. Por el contrario: como creo en muchos valores que se estiman de derecha (lo que ya es un error), como creo en la iniciativa individual y en ese territorio sagrado, personal, en el que no acepto que nadie se entrometa, no concibo que quienes se apropian de esos valores sean la actual derecha chilena. Y es que nuestro país no se merece una derecha así, refractaria a las libertades cuando éstas no son útiles a sus intereses.



Nunca está demás recordar que en Chile hubo una derecha republicana, honesta y digna, que, minúscula, no tuvo empachos en ser odiada y sufrir el aislamiento social por condenar la violación a los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet, con Hugo Zepeda y Julio Subercaseaux a la cabeza. Por cierto, nadie los recuerda. Tal vez porque ellos eran los únicos auténticos: los que de verdad se oponían a Allende porque veían en la UP un intento autoritario, por lo que su discurso a favor de las libertades se mantuvo intacto cuando los militares ya no constituyeron un intento, sino una incontrarrestable violación de las libertades.



Volviendo a la visita del presidente chino: no puede ser que Joaquín Lavín, al homenajear a Zemin, le diga que el sueño es que cada chino coma un grano de uva chilena al año, porque eso nos haría ricos. Ä„Qué pobreza de sueño! Llega a sonar patético. Pero nuestra política se ha reducido a eso: los negocios. La única forma de medir los proyectos y los éxitos políticos es cuantificar ganancias, contar billetes. Soñar al país desde el monedero, la alcancía, la cuenta corriente, las acciones en la Bolsa (o las coimas, las indemnizaciones, los contratos públicos sin licitación) no es esperanzador.



Añadamos, simplemente, que desde esa perspectiva la noción de justicia no tiene trascedencia, porque ella en sí misma no es rentable. Diferente es que algunos puedan hacer rentable el ejercicio de aplicar justicia, lo que es posible sólo a través de la injusticia. Pero ese es otro cuento.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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