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Hasta el cuello con la Razón de Estado


El gran poeta y ensayista Hans Magnus Enzensberger dedica en su libro Mausoleo -que llegó a mis manos gracias a la buena selección de los libreros de Ulises- un magnífico poema a Nicolás Maquiavelo. Le canta «Niccolň, canalla, poeta, oportunista, clásico, verdugo: eres el puro retrato del pasado…». Y también le dice: «Niccolň, Niccolň, flor y nata de Europa. henchido hasta el cuello de Razón Estado y de conciencia inenarrable». Una conciencia oscura, que al no poder narrarse no puede conocerse, una conciencia dolida, entristecida. Así imagina Enzensberger a este celebrante de la Razón de Estado, que -sin embargo- la tendría atravesada en el cuello.



Y sin embargo en Chile, nuestra dulce patria, los sacerdotes de la Razón de Estado son recordados con devoción histórica, cuando han muerto, o celebrados por su astucia, cuando están vivos.



Recordemos sólo los casos contemporáneos. Durante muchos años la gran prensa nacional rendía diario homenaje a la Razón de Estado hablando eufemísticamente de «presuntos detenidos desaparecidos», llamando enfrentamientos a lo que sabía que eran asesinatos, mencionando como pronunciamiento a lo que, si hubiera ocurrido en otra parte, hubieran llamado sin vacilar por su feo nombre de golpe de Estado. La gran prensa nacional de los años de la dictadura nos adormeció por proteger la Razón de Estado, nos mintió por cumplir sus deberes con el poder de turno. Y sin embargo, la seguimos comprando, no hemos tomado la debida venganza por sus engaños.



Por las mismas razones me niego, lo he escrito en estas columnas, a disculpar a Jaime Guzmán por sus gestiones privadas. Ellas existieron, quizás en mayor número de las que se conocen. Pero en él primó el culto a la Razón de Estado en vez del respeto a la verdad. Su palabra no fue para denunciar un sistema que día a día seguía torturando. No cumplió un papel profético de desenmascaramiento. Todo lo contrario, luchó por preservar ese sistema y por asegurar su continuidad, haciéndonos pagar el precio de una democracia mutilada.



Pero con la llegada de la democracia de la Constitución del 80 el culto a la Razón de Estado continuó. Sus grandes pontífices iniciales fueron Aylwin, Boeninger y Correa. Ellos practicaron a destajo el principio de la verdad en la medida de lo posible. El Informe Rettig es un monumento a la Razón de Estado. Fue la forma de sustituir los juicios a los militares. La Razón de Estado a veces puede tener algo de razonable. El Informe fue mejor que nada, pero no había que convertirlo en lo que no era, la verdad total. Guarda silencio sobre una llaga purulenta de Chile, la tortura masiva. No olvide eso, ministro Insulza.



El otro gran homenaje de nuestros gobernantes concertacionistas a la Razón de Estado tuvo lugar durante la detención de Pinochet. Atrapados en el pragmatismo más absoluto, los ministros socialistas de Relaciones Exteriores no sólo defendieron a Pinochet; además, inventaron o hicieron suyas tesis que confundían la soberanía chilena con la defensa del tirano y que negaban, en la práctica, la competencia internacional en materia de derechos humanos.



El ultimo monumento a la Razón de Estado fue el concilio denominado Mesa del Diálogo. Su objetivo no fue descubrir desaparecidos, porque de ser así debió ser descalificado. Su verdadero objetivo fue tener argumentos para enaltecer la conducta militar. Para la calculadora Razón de Estado de nuestros gobernantes, éstos ya arreglaron sus cuentas con la historia.



Falta mencionar otro suceso en que el silencio gubernamental se explica por la Razón de Estado. Hubo una larga huelga de los presos de la Cárcel de Alta Seguridad, víctimas de la más absoluta denegación de justicia. Eso lo reconocen en privado funcionarios de gobierno y ministros de la Corte. Pero, Ä„oh sacrosanta Razón de Estado!, nadie quiere reconocerla en público.



Hoy esos procesos dependen del juez militar de Santiago, General Juan Carlos Salgado, miembro de la Mesa del Diálogo. El debe saber que esos juicios nunca debieron existir porque, aún si se acepta el juzgamiento por ley antiterrorista, la justicia militar sólo puede intervenir cuando entre los supuestos terroristas implicados hay militares.



Este juez tiene la oportunidad de practicar el espíritu de reconciliación, móvil aparente de la Mesa del Diálogo, a favor de presos que llevan encerrados siete o nueve años, anulando esos absurdos procesos. De paso cumpliría sus deberes con la Razón de Estado, pues con ese gesto empezaría a lavar la maltratada honra de la justicia militar. Le prometo, general, que si lo hace proclamaría a cuatro vientos Ä„bendita su Razón de Estado! Es poco, pero peor es nada.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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