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Michnick en Santiago


Adam Michnik, una de las más extraordinarias personalidades de Europa Central, estuvo en Santiago participando en el aniversario de la Comisión Rettig. Preso político, luchador democrático, periodista, político, escritor, filósofo, pero sobre todo militante de una democracia de ciudadanos, Michnik es a Polonia -su «ciudad política» natal- algo parecido a lo que ha sido Vaclav Havel a la república Checa.



Lamento no poder escuchar nuevamente allá el torrente entrecortado de un discurso que salta de una idea original a otra, intercalando con aquello que es profundo una irreverencia y rebeldía intelectual que no puede dejar de recordarme lo que alguna vez fue mi generación, o pudo ser.

Recuerdo la última vez que lo vi, con José Miguel Insulza, en una habitación en Varsovia. El ambiente cálido, la comparación de las historias de cada cual, el vodka Chopin, y Michnik preguntando incesantemente si no habría una gota, aunque fuera una sola gota de grandeza en el espíritu de Pinochet, o si se trataba solamente de un mediocre moral como Franco, un astuto, zafio y cruel, otro más, montado a horcajadas sobre una historia que tuvo la mala suerte de encontrarlo en su camino.



Le recordé entonces un debate suyo con Jaruzelski, que me tocó presenciar en España años antes. Sentado al lado de quien lo había mantenido encarcelado por años, Michnik reconoció a Jaruzelski su aporte a la posibilidad de la democracia en Polonia. Escuché entonces atónito la solemne respuesta del general: «No se comparen aquí», dijo Jaruzelski, «los méritos de Michnik y los míos: no se comparen los méritos de alguien que defendió los derechos humanos como él, con los de uno que los violó como yo». Nada, Adam -le dije- nada como eso podríamos jamás oír nosotros de Pinochet.



Pero no alcancé a oír sus comentarios; la conversación se interrumpió, debíamos partir. Más tarde, en sus Cartas desde la Libertad, que sigue a su anterior y más famoso libro, Cartas desde la Prisión, hallé algo que me pareció una prolongación de aquel diálogo: en 1988 un periodista inglés pregunta a Michnik: «¿Qué sucedería si una extraña vuelta del destino confrontara a Polonia con la posibilidad de reemplazar al general Jaruzelski con el general Pinochet?»



«Forzado a elegir entre el general Jaruzelski y el general Pinochet», contesta Michnik, «elegiría a Marlene Dietrich».



Contra todos los autoritarismos y los fundamentalismos, Michnik y su diario Gazeta Wyborcza han luchado por una Polonia cívica en que las dimensiones del Estado y las étnias sean sólo eso: unas dimensiones entre muchas otras, y en que un «individuo ciudadano» sepa «razonar razonablemente» contra de todo aquello que se constituye en «fortaleza autárquica», sea ésta social, ideológica, religiosa o nacionalista.



Quiero pensar que en un país tan poblado de fundamentalistas y tan proclive a organizarse en torno a la codificación de antipatías, como es el nuestro, Michnik ha podido hablar por un momento de su fe en los impulsos morales, en la virtud de un «individualismo cívico», que está basado -Ä„oh sorpresa!- no en nuestra sacra competencia en el mercado, sino en una constitución moral del individuo; no en principios abstractos de cualquier naturaleza, -científicos o no-, sino en creencias morales de individuos comunes y silvestres.



Sólo eso hace que la actividad política se desarrolle en una sociedad que se sabe imperfecta, pero donde se comparte «la adicción fatal», como dice Michnik, de vivir en verdad y dignidad.



Y sobre el pasado, Michnik podrá quizás repetir en la conferencia aquello que plantea en una conversación con Daniel Cohn Bendit: «Creo que la identidad nacional está determinada por la vergüenza que uno siente por los crímenes cometidos. Ese que tiene vergüenza de los pecados polacos, es un polaco».



Tras él se escuchará el eco de Vaclav Havel, que ha dicho que una nación existe verdaderamente «cuando es capaz de escuchar a los otros en su seno, de aceptarlos como iguales, de perdonar, de lamentar la propia culpa».



Y tras el checo estará el eco de Camus que una vez escribió: «Cuando todos seamos culpables, Ä„ahí habrá una verdadera democracia!». Adam Michnik. Nos haría bien escucharlo.



* Juan Gabriel Valdés es embajador de Chile ante las Naciones Unidas

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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