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Elecciones y sistemas electorales


Con el cambio en la ley de elecciones municipales y el establecimiento de la elección separada de alcaldes, un cambio muy positivo aunque incompleto, se ratifica la existencia de tres tipos de sistemas electorales en Chile, cada uno de los cuales obedece a una lógica absolutamente distinta:

Elecciones presidenciales, cada seis años y con segunda vuelta entre las dos primeras mayorías relativas en caso que ningun candidato obtenga mayoría absoluta en la primera vuelta (ballotage).

Elecciones parlamentarias, cada cuatro años y con un sistema binominal tanto en el Senado como en la Cámara que subsidia a la segunda mayoría en desmedro de la primera.

Elecciones municipales, cada cuatro años, con elección separada de alcaldes y concejales en la que el primero es electo por simple mayoría (sin segunda vuelta) y los concejales lo son de acuerdo a un sistema de representación proporcional.

Parte de las razones del ambiente enrarecido que ha vivido el país durante estos últimos tiempos tiene que ver con este curioso y nefasto calendario de elecciones permanentes en el que hemos estado sumidos.



Al Presidente Ricardo Lagos le ha correspondido enfrentar cinco elecciones nacionales en dos años y medio. Está bueno el cilantro, pero no tanto, y las elecciones parlamentarias de diciembre constituyen una buena ocasión para poner sobre el tapete el tema de los mecanismos por los cuales elegimos a nuestros representantes, algo no menor en una democracia.



Las elecciones en Chile tienen numerosos defectos, y ha llegado la hora de aggiornarlas.



Durante una reciente visita a Chile el profesor Dieter Nohlen, de la Universidad de Heidelberg y uno de los especialistas más eminentes en sistemas electorales -además de mentor y maestro de varios destacados politologos nacionales, incluyendo a Carlos Huneeus, Mario Fernández y Roberto Cifuentes-, identificó en una fascinante charla sobre el tema cinco criterios para medir el funcionamiento de un sistema electoral: proporcionalidad, gobernabilidad, participación, transparencia y legitimidad.



Un primer aspecto tiene que ver con el sexenio presidencial. Seis años siempre han sido mucho tiempo, y los últimos dos tradicionalmente fueron desastrosos en muchos casos. Ello le ocurrió a Gabriel Gonzalez Videla, Carlos Ibáñez del Campo, Jorge Alessandri y Eduardo Frei padre; también a Eduardo Frei hijo quien, irónicamente, se opuso a la reforma constitucional de 1993 que habría establecido un cuatrienio.



Se hace urgente, entonces, un período de cuatro años que coincida con las elecciones parlamentarias, un proyecto impulsado hace tiempo por el diputado Ignacio Walker.



Un segundo punto tiene que ver con el sistema binominal, que no existe en ningún otro lugar del mundo. ¿Será que todos están equivocados y no han descubierto las virtudes del mismo?



Se argumenta que ese sistema ha favorecido la gobernabilidad al propender la creación de dos grandes bloques políticos. La aseveración es discutible, y además es obvio que esa forma de organización muestra al menos dos grandes defectos, de acuerdo a los criterios de Nohlen: no respeta la proporcionalidad -algo especialmente evidente en el Senado, donde el numero de senadores no guarda relación alguna con el porcentaje de apoyo nacional de los partidos-, ni tiene legitimidad, ya que fue un sistema impuesto por Pinochet para favorecer a sus partidarios.



Como ha señalado otro gran politólogo, Giovanni Sartori, los sistemas electorales se dividen esencialmente en dos grandes tipos: el mayoritario -como el inglés-, que privilegia la eficiencia del gobierno por sobre la representatividad, y el proporcional -como el israelí-, que privilegia la representatividad sobre la eficiencia. La paradoja del sistema binominal es que no hace ni lo uno ni lo otro, y termina en lo peor de ambos mundos. No favorece la eficiencia del gobierno, porque le dificulta obtener una mayoría parlamentaria que lo capacite para legislar y aprobar su programa de gobierno, y es poco representativo, porque excluye a terceras fuerzas y subsidia a la segunda mayoría.



Como ha indicado Patricio Navia, tampoco favorece el centrismo y la moderación del sistema de partidos, sino más bien la polarización -como hemos visto últimamente-, ya que no hay incentivos para moderar posiciones en un sistema en el cual el tercio duro de cada sector asegura elegir un diputado o senador, y es muy difícil, sino imposible, doblar.

Finalmente, la reforma de las elecciones municipales no estará completa hasta que el alcalde sea electo de manera separada, pero con segunda vuelta. Curiosamente, todos los argumentos que se han dado para elegir al Presidente con ballotage para asegurar gobiernos mayoritarios parecieron haberlos olvidado los parlamentarios de la UDI al llegar a esta reforma, a la que se opusieron a rajatabla.



Si tanta importancia se da a los municipios y el gobierno local, ¿por qué oponerse a que el alcalde represente una genuina mayoría absoluta y no sea electo con un 28 por ciento de los votos, como ocurrió con tantos en la eleccion municipal pasada?

Durante demasiado tiempo en estos 11 años desde el retorno a la democracia los debates sobre reformas electorales han estado dominados por los «políticos con calculadora en mano» que miran la ventaja pequeña y de corto plazo. Si la política económica se discutiera y decidiera de la misma forma, hace tiempo que estaríamos quebrados. Ha llegado la hora de poner sobre la mesa un gran debate nacional sobre los mejores mecanismos para elegir a quienes nos gobiernan.

*Jorge Heine es director de Ciencia Política en la Universidad Diego Portales, y director del programa internacional de la Fundación Chile 21.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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