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El nuevo sermón


La economía actual, como toda religión, tiene algo de misterioso, de inaccesible para los simples mortales. También cuenta con sus sacerdotes, sus monjes, sus juramentados, sus fanáticos, sus piadosos y sus devotos. Como si no bastara con el Papa y su estructura doblemente milenaria, henos aquí con otro cuerpo de creencias, con otros dogmas y certidumbres con que nos quieren machacar hasta atorarnos.



El fin de las ideologías es, desde esa perspectiva, un simple espejismo. Pocas cosas más ideológicas existen hoy que la economía. La «correcta», por cierto, a pesar de que incentive que algo así como que el 20 por ciento de los habitantes más ricos del planeta dispongan de poco más del 80 por ciento del ingreso mundial.Y si Malraux dijo -lo que me genera pesadillas- que «el siglo XXI será religioso o no será», ya es hora de sospechar que la gran religión, la verdaderamente universal, es la economía neoliberal.



Lo siento: Ä„Los católicos, al rincón! Ni se comparan con esta nueva fe: según el propio Vaticano, sus seguidores son menos que los habitantes de China, y los chinos ya están abrazando la nueva creencia. Es cuestión de sumar.



Lo fascinante de las religiones es la fe, esa capacidad de creer en algo, sin asomo de crítica. O, por último, de subordinar la crítica al cuerpo de creencias, a los dogmas, a los superiores, a la jerarquía, a los clérigos y frailes.



¿Cuál es nuestro Papa en la economía doméstica? Büchi es como un monje: austero, convencido, ascético. En Büchi, creo. Creo que es como es, que lo que dice lo piensa, que, en suma, hay coherencia y hasta humildad en la práctica de su fe. Pero Büchi, en este cuento, no es el Papa, porque como buen monje guarda una cierta distancia con la jerarquía, le fascina la meditación (el trote, por ejemplo).



¿Qué es Eyzaguirre? ¿Un converso beato o simplemente un santurrón? Aclaremos, eso sí: no está en el cuerpo de la Inquisición de la nueva iglesia, lo que lo dignifica.



Para los escépticos, los agnósticos, lo más intrigante son esos «misterios» que tienen las religiones y que, a veces, no son más que simples contradicciones. No sé si la virginidad de María es una contradicción, pero de que es un misterio no cabe duda.



Esta nueva religión ya ha forjado otro misterio en su versión doméstica. Es un misterio reciente, que debería generar un retiro espiritual o algo así. Se trata de lo siguiente: cuando hace tres años se desató la crisis asiática, con su coletazo brasilero, aquí todos los capellanes, tonsurados y clérigos de la nueva religión aseguraron que en Chile nada iba a pasar, porque nuestra economía tenía resguardos. Básicamente porque aquí no había chipe libre para entrar y sacar plata, que estábamos a cubierto de las inversiones «golondrinas», que nuestro país no era, en esa materia, una chacota.



Como la verdad había sido revelada, creímos. Una de las siete plagas no iba a llegar por acá. Pero llegó y se instaló desde hace ya largo tiempo. Nadie señaló a los predicadores de entonces que no le habían achuntado, que tal vez se equivocaron de Evangelio en su lectura nocturna. Tampoco fueron conminados, entonces, a probar su sintonía con El Pulento con una pruebita fácil: por ejemplo resucitar un muerto, que podría haber sido la misma economía criolla, por ser.



Resulta que ahora, los perlas nos han señalado que ese mandamiento sobre el cual armaron durante meses sus sermones, ahora no sirve. Y acaban de liberalizar el mercado de capitales, apostando a que venga y salga la plata como sea, con quien sea. Ya nadie se acuerda de la seriedad con la que hace dos años decían que aquí había mecanismos para prevenir el lavado de dinero (tema del cual nadie ahora habla; ¿por qué?, y al hacer la pregunta me asusto).



Lo notable es que nadie ha destacado esta flagrante corrección en el cuerpo dogmático de creencias. Nadie ha exigido a los sacerdotes que expliquen porqué ayer decían que la salvación eterna pasaba por allá y ahora pasa por acá. Esa ausencia, ese silencio, sólo confirma que somos un pueblo muy creyente, observante y esencialmente beato.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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