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Los estudiantes de la Sorbona en contra de una «economía muerta»


El cable nos trae una sorprendente noticia: una nueva revuelta en La Sorbonne, pero encabezada no por estudiantes de filosofía y ciencias sociales, como en los ’60, sino por economistas de cuello y corbata temerosos de la cesantía.



No pudiendo creer lo que veían mis de nuevo sorprendidos ojos, leí el cable con atención:



«Más de mil estudiantes de la carrera de Ciencias Económicas de diversos centros de París, como la Sorbona, han hecho público un manifiesto en contra de la enseñanza despegada de la realidad. Esos alumnos han recibido el apoyo de otras universidades galas -Orléans, Grenoble, Rennes, Marsella y Clermont – e incluso europeas -Barcelona, Hamburgo, Londres y Florencia-«.



Lo cierto es que de economía entiendo poco y no quiero incurrir en el error de hablar de lo que no sé, pero debo reconocer que estos estudiantes ganaron mi simpatía. Y si los ciudadanos comunes y corrientes no podemos opinar en materias tan complicadas, la democracia queda reducida a la nada ante el empuje de la tecnocracia de todas las disciplinas.



Vuelvo a mis díscolos estudiantes parisinos. Ellos declaran que no les parece indiscutible que la existencia de un salario mínimo cree cesantía, o que la globalización deba ser dirigida por las finanzas y no por la democracia. Critican los modelos econométricos que sobre la base de supuestos e hipótesis crean mundos imaginarios, y hacen que las matemáticas pasen de instrumento a finalidad y seres de carne y hueso sean reemplazados por estadísticas.



La escuela neoclásica es hegemónica y nada de pluralista y tolerante. Un profesor reclamaba que se ha llegado tan lejos que la mitad de sus alumnos no sabían cual era el salario mínimo, el salario medio y la evolución de las cargas sociales. Pero sí sabían de complejos logaritmos y neoclásicos dogmas.



Pensamientos únicos y demasiada ideología no sirven para interpretar, y menos transformar, un mundo tan complejo y cambiante como el nuestro. Y ello se expresa, para angustia de los futuros economistas, en que no son adecuadamente preparados para ejercer su oficio. Así, en Francia 3 mil desilusionados alumnos se retiran anualmente de Economía, y la cesantía de los egresados supera el 18 por ciento.



Seamos claros: no hay Ciencia Económica. No hay ninguna disciplina que estudie la producción, asignación, comercialización y distribución de bienes y recursos que pueda reclamar para sí leyes universales, generales, permanentes y válidas para todo tiempo y lugar. No la hay, de la misma manera que ya no hay ninguna ciencia que pueda pretender lo que el positivismo predicó.



Kuhn, Einstein, Eisenberg, Godel, Morin y tantos otros han demolido nuestra loca pretensión de certezas inmodificables. Nuestras verdades son siempre provisorias y falsificables. Lo que ayer era cierto en el futuro será incorrecto. Lo que en China es teoría que funciona en Suecia es barbarie. La Cepal, que ayudó a crecer a América Latina como nunca en los ’50 ya no sirve en los ’80 ni en los ’90.



De ahí que no seamos arrogantes. Que los economistas neoclásicos, los de la oposición y los de Concertación, se abran a las otras verdades. Que se atrevan, como se atrevieron Keynes y Roosevelt en los ’30, o Adenauer, Ehrhardt y los economistas sociales de mercado en los ’50, a pensar en otros paradigmas, otras teorías y otros instrumentos. Así ciertamente avanzará más la economía como teoría y arte puesta al servicio de la humanidad. Lessing dijo: «Que cada uno afirme su verdad, y la Verdad sea reservada a Dios»



Yo lanzo a la arena pública mi humilde verdad: no me parece ni justa ni humana una economía en que el ingreso medio nacional de los ocupados sea de 277 mil 834 pesos. Menos humana me parece una economía que para recuperar bajas tasas de empleo deba congelar el empleo mínimo.



Y como político, digo que una tal economía jamás será legítima ni estable.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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