Publicidad

La cuota de incorporación


Ya está claro: por 20 millones de dólares uno puede cumplir el sueño de ser astronauta. Basta juntar la suma, ofrecérsela a los rusos y subirse a una nave Soyuz, para despegar rumbo a la Estación Espacial Internacional y caminar como flotando, por lo de la gravedad.



El estadounidense Dennis Tito ha desembolsado los veinte millones para certificarnos que, en los días que corren, todo es cuestión de dinero.



Es el signo de estos tiempos. Doble signo: porque, además, no hay que dejar pasar por alto el hecho que el sueño se cumpla a través de los rusos, los ex soviéticos, los antiguos comunistas, los que querían «superar» el capitalismo, destruyéndolo.



En un año de elecciones parlamentarias, como éste, uno no puede dejar de caer en la tentación de establecer paralelos, cruzar ideas, malpensar (¿pero qué es el malpensar? ¿No será simplemente pensar un poco al margen de lo oficial?).



Los postulantes a diputados y senadores hacen fila y en los medios se ven las duplas que se arman, los comodines y también los seguros: esos que se sabe que irán en una zona propicia y con un acompañante de palo. Estos últimos, para los que la elección parece un trámite, son los que forman parte de las cofradías de poder partidarias, los que a veces sin tener muchas luces ostentan el dudoso mérito de pertenecer a la patota que gobierna un partido político. Hay otros que se dan como seguros: los que se sabe que tienen mucha plata. Siempre existe la duda si bastará con los billetes para salir elegido. Es una duda razonable. Pero de lo que no hay que dudar es de esa máxima que señala que, hoy, sin billete no se es elegido.



Entonces, uno debería ya saber que todos estos personajes, a la par de ir acomodando su humanidad en las listas y pactos de sus respectivas coaliciones, deben estar recaudando dinero. Algunos ya lo tienen, pero no son tantos.



Uno, como simple ciudadano, debería saber a quiénes los candidatos les están pidiendo dinero y quiénes, finalmente, financian sus campañas. Porque, en buena medida, uno está también eligiendo a los financistas. Si el propio Jorge Scahulsohn señaló aquí -aludiendo a una experiencia personal- que esos «préstamos», que después no se pagan, derivan en obligaciones o compromisos legislativos, no es lo mismo que el diputado Zutano haya financiado su campaña gracias al aporte de Fulano o de Mengano. Porque Zutano puede discursear a favor de un fondo solidario en la salud, pero resulta que Mengano está en el negocio de las isapres.



Tal vez esta moda que ha prendido en los políticos -básicamente de la Concertación- de definirse como liberales, adhiriendo al modelo pero cada vez con menos regulaciones, se explique en buena medida por este cuento de las platas. Sería un fenómeno no de permeabilidad a las ideas, sino que permeabilidad a la chequera.



Uno podría decir que un diputado o un senador puede valer, simplemente, lo que pueda costarle su campaña. Esto, que puede resultar ofensivo para varios parlamentarios, también podría ser la pura verdad para otros.



Lo que está claro es que si para llegar al Congreso se debe disponer al menos de decenas de millones de pesos (aparte de pertenecer a un partido político, lo que ya significa una primera gran discriminación), deberíamos todos coincidir es que estamos frente a los socios de un Club, cuya cuota de incorporación está fuera del alcance del 98 por ciento de los ciudadanos. Es un hecho que los actuales parlamentarios no proceden todos del 2 por ciento restante, pero al mirarlos, al ver como algunos han engordado y se han aficionado a la manicure, se podría concluir que la gran mayoría de ellos se ha incorporado a ese dos por ciento.



Quizás ese sea el gran ofertón por entrar al Club.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias