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Keynes, el salvador del capitalismo, y las jirafas de cuello largo


John Maynard Keynes se merece una estatua en el World Trade Center de Providencia o en el Parque Arauco. La razón es muy sencilla. El salvó al capitalismo de su muerte en la crisis de 1929. Cuando el colapso bursátil era mundial, el desempleo asfixiante en Alemania y la depresión económica asolaba Estados Unidos, muchos miraron a Carlos Marx con otros ojos. El lo había profetizado. Las contradicciones del capitalismo llevarían a la violencia a ser partera de una nueva era: el comunismo. Rusia ya había caído. Era el turno de Europa. En Alemania e Italia se alzaban el nacionalsocialismo y el fascismo que de liberales no tenían nada. Estados Unidos tambaleaba. China ya caería. Hasta en Chile surgirían repúblicas socialistas con avión rojo y todo.



John Maynard Keynes era un liberal, pero con los pies bien puestos en la tierra. Bien por el capitalismo y mal por el comunismo. Pero el no era ningún dogmático y se daba cuenta de las insuficiencias éticas y políticas de sus ideas. Por ello, escribió en 1926 «El fin del «Laissez Faire» y ofreció al capitalista y demócrata F.D. Roosevelt un arsenal de ideas que, promoviendo el rol del Estado en la economía, salvó a la democracia capitalista más grande del mundo. Marx se quedó con los crespos hechos.



En su histórico «Ensayo de persuasión» de 1926 señalaba que las ideas fundantes del liberalismo extremo se basaban, entre otras, en Darwin y en su teoría de la selección natural.



Para los economistas seguidores de A. Smith y D. Ricardo les parecía evidente que los individuos que actúan en la dirección correcta eliminarían por la competencia a aquellos que lo hacen en la dirección equivocada. No debía haber piedad ni protección para aquellos que invierten su capital en la dirección errónea. La lucha despiadada por la sobrevivencia, que selecciona al más eficiente mediante la bancarrota del menos eficiente, traería el beneficio del particular y de toda la sociedad. Finalmente nos dirigirían los mejores.



La Madre Naturaleza lo enseñaba. Si se trata de cortar las hojas de las ramas hasta la mayor altura posible, la manera más plausible de alcanzar este fin es permitir que las jirafas con el cuello más largo dejen morir de hambre a las que lo tienen más corto. Así de la lucha de cada quien por obtener su interés particular surgiría el interés general: la prosperidad económica final.¿No lo demostraba así la revolución industrial, que criticada por Marx y Dickens, había traído una riqueza increíble al imperio inglés?



Keynes no creía en lo anterior. Daba sus razones económicas en contra de llevar esta supuesta ley de la supervivencia del más fuerte a la sociedad de los humanos. De hecho la biología moderna enfatiza la cooperación en los sistemas vivos.



Pero para él había, además y principalmente, una objeción política y ética insalvable.



En efecto, «si nos preocupa el bienestar de las jirafas, no debemos pasar por alto los sufrimientos de las de cuello más corto que están muertas de hambre o las dulces hojas que cortan al suelo y son pisoteadas en la lucha, o el hartazgo de las que tienen cuello largo, o el aspecto de ansiedad o voracidad agresiva que nubla los pacíficos rostros del rebaño».



Porque el bienestar de todas las jirafas, hayan o no tenido la suerte de nacer con el cuello largo, le interesaba. Keynes abogó por una economía de mercado más social, en la que el Estado pudiera jugar un papel activo a favor de los más pobres, particularmente en tiempos de crisis.



La última encuesta CERC ha ratificado algo que se viene dando desde hace una década: el malestar con el estilo y modelo de desarrollo económico. Los chilenos de cuello corto creen en un 57% que los responsables del desempleo son los empresarios. Más de un 79% quieren reformas laborales que den más poder al trabajador. Así de claro.



Un líder de los empresarios de cuello largo acaba de sostener que el salario mínimo debe congelarse. Mejor aún, para que no haya ninguna rigidez en esta despiadada economía no debiera haber salario mínimo. Que los empresarios invierten su dinero donde da más rentabilidad y punto. Que así funciona la economía. Que de otra forma es ineficiente. No juzgamos intenciones. Sin duda deben ser de las mejores. Pero así no ayuda en nada a la legitimidad de un actor central de la economía. Si a ello sumamos la crisis de confianza en los políticos, veremos que quizás la mirada del rebaño se está poniendo torva.



Keynes vería con preocupación el regreso de la ortodoxia liberal. Mal que mal, su heterodoxia permitió salvar el capitalismo. El nos diría que «París bien vale una misa» y que es necesario ser más compasivos y prudentes, es decir, nos llamaría a ser más políticos. No vaya a ser cosa que las jirafas de cuello corto se organicen y peleen. Nadie quiere eso. Entonces, es hora de actuar más resueltamente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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