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El origen de los ríos


Establecer el origen de algo es siempre importante, aunque sepamos que generalmente el origen establecido de ese algo tendrá un ligero sabor a impostura.



Claudio Magris, en su ensayo El Danubio, nos relata el debate acaecido sobre las fuentes originarias de este río transeuropeo, discusión que ha sido responsable de groseras rivalidades entre las ciudades de Furtwangen y Donaueschingen, dos pueblos de la Selva Negra separados por sólo 35 kilómetros. Si bien oficialmente el origen del gran río está en Donaueschingen, éste no sólo ha sido cuestionado por los habitantes del otro pueblo, sino además por un tal Amedeo, «un apreciado sedimentólogo y secreto historiógrafo de errores», según el cual el Danubio nacería de un grifo.



Dos placas instalan en el lenguaje los dos orígenes: Hier entspringt die Donau, aquí nace el Danubio, dice la puesta en el parque de los Fürstenberg en Donaueschingen. Y la otra que el doctor Ludwig í–hrlein ha hecho colocar en la supuesta nueva fuente precisa que de todas las fuentes del río competidoras, ella es la más lejana a su desembocadura en el delta del mar Negro, del que dista 2 mil 888 kilómetros, 48,5 más que Donaueschingen, lo que de acuerdo a las reglas de los orígenes de los ríos la legitima.



Magris nos cuenta: «El doctor Ohrlein, propietario del terreno en el que brota el segundo origen del Danubio, a pocos kilómetros de Furtwangen, ha emprendido una batalla a base de papel timbrado y certificados contra Donaueschingen. Los vecinos de Furtwangen han cerrado filas como un solo hombre en torno al doctor í–hrlein y todos recuerdan el día en que el alcalde de Furtwangen, seguido de un tropel de conciudadanos, arrojó con desprecio en la fuente de Donaueschingen una botella de aguas de la fuente de Furtwangen.»



Aquí podemos darnos cuenta que muchas veces el establecimiento de los orígenes, las identidades y los rangos no son más que un acto de autoritaria aserción como el del doctor Ohrlein.



Magris pregunta: «¿El agua que brota del terreno del doctor í–hrlein es el origen del Danubio, o por el contrario, sólo se sabe (se piensa, se cree, se pretende) que es el origen del Danubio?»



Magris afirma: «Desde los tiempos de Heráclito el río es por excelencia la figura interrogativa de la identidad, con la eterna pregunta de si podemos o no bañarnos dos veces en sus aguas». ¿Qué determinará que la identidad del nuevo pedazo de Danubio sea reconocida?

Siguiendo la argumentación de Magris, «si el río es agua visible, expuesta al cielo y a la mirada de los hombres, el chorro de agua del doctor í–hrlein es el Danubio». La afirmación parece irrebatible. Si se agrega a esto que todo el pueblo de Furtwangen, al caminar por la orilla del río, apunta siempre hacia el agua y dice en cada ocasión «Danubio» el hilillo de agua es el Danubio. Incluso si Amedeo, el historiógrafo de errores, se empeña en llamar al grifo Danubio, éste también pasará a serlo. Lo que importa no es la esencia sino el nombre.



Así, el arroyuelo de Furtwangen hoy día se llama Danubio, no el grifo, porque Magris descubrió que no había tal.



¿Cuántas cosas llevan en nuestros países rangos, cargos y títulos que nos les corresponden simplemente por la insistencia de quienes los detentan? Por actos desmesurados de aserción. Es de esperar que un día los historiógrafos de errores se hagan cargo de ellos y los pongan en su lugar.
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