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No queremos palabras, queremos hechos


La UDI ha dicho en Valparaíso que no quiere más palabras sino hechos. Y el Presidente de la República es un buen orador. Qué duda cabe. Lo demostró una vez más en su Mensaje del 21 de mayo. El problema es que se pueden decir tantas cosas. Las palabras se las lleva el viento. El papel resiste cualquier cosa. Por el contrario, obras son amores y no buenas razones. Por los frutos los conoceréis.



Esta es la tercera línea argumental de la UDI para enfrentar y denostar el mensaje presidencial. Las otras dos que hemos analizado son: no confiamos pues no ha cumplido sus promesas, y la segunda es señalar que el país que describe el Presidente no es real. Existe sólo en su optimista actitud pues piensa positivo.



¿Qué decir?



Que detrás de una afirmación como ésta se encuentra una gran verdad, pero también un descomunal error y una grave omisión.



La gran verdad apunta a la exigencia que nuestras palabras sean coherentes con nuestros comportamientos. Que no mintamos al afirmar una cosa y hacer otra. Que no nos engañemos cuando lo que creemos y decimos nos impide ver los hechos objetivos. Que no creamos que nuestras buenas intenciones son la medida de todas las cosas, particularmente de la evaluación del político. Bien por todo ello.



La grave omisión es, sin embargo, sostener implícitamente que nada se ha hecho y que el primer año de gobierno de Ricardo Lagos son sólo palabras. Aquí la injusticia es flagrante, pues cualquier observador imparcial puede constatar los avances realizados en este difícil período. La cuenta del 21 de mayo es bastante clara en este aspecto. Y no sólo fueron anuncios de lo que se hará. También se mostró lo que se hizo.



Y el descomunal error es no valorar el papel que cumplen las palabras en la condición humana, particularmente en la política. En este punto nos queremos concentrar.



Los filósofos y antropólogos se han preguntado qué distingue al ser humano del resto de las especies vivas y, particularmente, de los grandes primates. El estudio del genoma humano ha arrojado un dato inquietante para los orgullosos seres humanos: con respecto a los chimpancés nuestro material genético coincide en un 999 por 1000. La ciencia genética nos ayuda poco en esta búsqueda.



Y justamente la respuesta que dio Aristóteles sigue siendo válida. Somos seres dotados de logos, es decir, de razón y discurso. Nos comunicamos mediante el lenguaje. Y al comunicarnos nos hacemos comunidad y practicamos la comunión. Hablamos, y a través de palabras que ordenamos lógicamente gracias a la gramática somos capaces de realizar una proeza que nos costó tres millones de años alcanzar: hablar. Esa proeza ninguna otra especie la ha podido realizar. Así es que digamos: Ä„Ä„Queremos más palabrasÄ„Ä„



Desde esta perspectiva, sostener y extremar el argumento «No queremos palabras, queremos hechos» nos hace retroceder a la barbarie.



Sabemos que este argumento puede decirle poco o nada a una persona obsesionada por la eficiencia y la racionalidad instrumental. Está bien, la primera aproximación del desconfiado sigue siendo explicable: no te fijes tanto en lo que dice sino en lo que hace. Más aún si el desempleo te atenaza de nada sirven las palabras acerca de la crisis internacional, de la necesidad de capacitarse ahora o de la ineficiencia y falta de audacia de los grandes empresarios.



¿Recuperaste tu empleo? No, pero digamos que comprendiste más tu situación. Esa es la base para empezar a solucionar los problemas.



Hay, además, palabras que sin producir ningún efecto práctico son de mucho valor. ¿No somos un país de poetas? ¿Y qué es la poesía sino palabras? Tanta sabiduría acumulada y belleza expresada en un verso mistraliano. Además, cuando uno está cesante o agobiado por una enfermedad, una visita personal y una palabra de consuelo, que por cierto ni dan trabajo ni sanan, son tan importantes.



Y si se nos reclama que no es tarea de políticos el dar palabras de consuelo, aliento o entusiasmo, pondremos nuestra objeción. ¿No hacen lo mismo los representantes parlamentarios de la UDI en sus visitas a terreno? ¿No sería un inhumano el parlamentario que no practique la compasiva y caritativa actividad de acompañar y consolar mediante palabras? ¿Vale o no vale?



Nosotros tenemos la impresión que esta es una de las actividades del representante público que más se valora por la gente más pobre.



¿No son palabras los programas escritos, los discursos pronunciados, los proyectos presentados? ¿Diremos que las críticas al Presidente de la República son solo palabras?



Dudamos que se pueda sostener con fundamento, sobre todo en política, que lo que dije eran «sólo palabras». Las palabras producen efectos.



Y, por último, qué son sino palabras dichas y luego impresas la «Declaración de Independencia de Chile»; las pronunciadas por Manuel Rodríguez al sostener que aún teníamos Patria, a pesar del desastre militar; Bernardo O’Higgins al abdicar, Arturo Prat en la rada de Iquique, Enrique Mac Iver en el Ateneo en 1906, Arturo Alessandri en 1920, Eduardo Frei en el Parque Cousiño en 1964 o Salvador Allende en La Moneda el 11 de septiembre de 1973.



Si usted observa la estatua de Jorge Alessandri frente a La Moneda nos va a entender bien. En la base de esta estatua encontrará escritos bellos pensamientos de un empresario que hizo de hablar poco virtud. Y juzgue si esos son pensamientos son sólo palabras que debe llevarse el viento. Nosotros creemos que no.



Las palabras pueden cambiar el mundo, porque somos seres simbólicos que hablamos. Ante las palabras escritas o oídas podemos reír, llorar, gritar, aplaudir, maldecir, deprimirnos o entusiasmarnos.



Sí, digamos lo que pensamos. Hagamos lo que decimos. Coherencias vitales del buen político y del buen ciudadano. Del hombre y mujer de palabra y valía. Pero, por favor, no denostemos las palabras.
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